viernes, 26 de febrero de 2010

EL ROSTRO DEL TALENTO (I)

Conocemos los rostros de personajes geniales (Beethoven, Picasso, Unamuno o Einsten....), de políticos sobresalientes (Lennin, Kennedy, Churchill o Indira Gandhi ...), de empresarios líderes en sus sectores (Ford, Bill Gates, Agnelli, Areces o Botín ...) y de profesionales o artistas que han
alcanzado el éxito (Chirstian Barnard, Woody Allen, Catherine Hepburn, Frank Gehry o Alvar Aalto ...) o simplemente de personajes populares que inundan las pantallas de la televisión y las portadas de periódicos y revistas, pero no conocemos los rostros del talento de los cientos de
personas que desarrollan su actividad en las organizaciones, aunque a veces, hayan dado lo mejor de sí mismos y hayan hecho mucho por el progreso, la cultura, la ciencia o por la paz. Rostros anónimos pero esenciales.
En 1914, Duchamp firmó un vulgar botellero de hierro, inaugurando con este simple hecho, la ceremonia de la confusión entre el arte y la vida (V.Zarza). La obra de Kipperberger no se
entiende al margen del retorno internacional a la pintura que, en forma de reacción a la vanguardia conceptual, se produjo tanto en Alemania como en otros países europeos incluido España (M. Cereceda). El director de orquesta Helmuth Rilling afirma que “no le falta ni una sola
nota de Bach por interpretar” o en la última exposición de Viviente se integran pintura y música como si fueran una sola arte, proclamando la globalización de los sentidos.
Más cercanos, cotidianos para todos nosotros cabría preguntarse como será el rostro de quién diseña la ropa de Zara, o de quién inventó el talonario banco-hotel o de quién tuvo la idea de
Médicos sin Fronteras o de quién quitó el hueso de la aceituna y lo sustituyó por una anchoa. Talento a raudales. Talento anónimo. Talento sin rostro.
Y de pronto en las empresas aún se escucha a algún directivo decir:
- Me da igual quién sea. No me importa quién lo haga. Sólo quiero que se haga y que se haga: YA.
Cuando la cadena hotelera Marriott premia el talento de alguno de sus empleados, pone su fotografía en un marco que al efecto ha instalado en la recepción del hotel. Proclama así una cultura que con frecuencia se asocia a tiempos ya pasados, pero proclama también su motivador
reconocimiento. Reconocimiento de largo recorrido que desde “Fortune” al “Nobel” se repite por doquier y periódicamente en muchos lugares del mundo y para muchos sectores, actividades, sistemas o personas. Quizá sea la única forma de ir dibujando el rostro del talento. Quizá no sea
suficiente. Pero en el trabajo diario de las organizaciones ... “esa es otra historia” como diría Kipling.
Las personas de las organizaciones no tienen rostro, o mejor dicho, tienen el rostro de sus empresas. La imagen de su empresa. Han asumido la impronta, los modos, las formas y las muecas y, a veces también, las fobias, las nauseas y los tic`s de su empresa. Curioso mimetismo
de que muchas organizaciones se jactan y fomentan, sin darse cuenta de que con ello, generalmente, limitan la libertad, condicionan el talento, reducen el efecto diversidad y crean
clones corporativos, eso sí, super eficaces y rentables. La inevitable pregunta que las empresas repiten a sus directores de selección y desarrollo: ¿pero
esa persona que vamos a contratar o a promocionar tiene talento? ¿nos resultará rentable?, tiene difícil respuesta si se quiere ser sincero y coherente. Pero que pocas veces se preguntan ¿podemos integrar su talento en nuestra organización? ¿podemos ayudarle a desarrollar su talento?. Incluso aunque se tengan en el origen estas buenas intenciones, luego, en la práctica por la vorágine del cada día, no resulta fácil o posible convertirlo en realidad.
La historia de las organizaciones está repleta de personas anónimas que al margen de que siembren más o menos talento, aportan responsabilidad, profesionalidad y buen hacer. Con estos
mimbres se construye sólo el presente de las empresas, pero no se construye el futuro. Ir más allá, tratar de consolidar el mañana, de incrementar la presencia en el mercado o conquistar los emergentes, destacar, innovar ... crecer. Todo ello precisa no sólo que la siembra del talento
fructifique, sino de la existencia real de un verdadero talento y su aplicación práctica. La empresa que persigue estos retos, busca a los mejores. Detectar donde están, encontrarlos y
convencerlos no es lo más difícil. Resulta mucho más complicado integrarlos, conservarlos, mantenerlos y reconocerlos.
¡Cuántas veces se ha dado la paradoja de que quién no hace mucho era la cara del talento de una empresa, hoy es sólo el rostro del recuerdo! Pasó de moda. Ya nada “pinta” en la empresa. Pero ... ¡si era el mejor, tenía aureola de talento, se le suponía intocable!. Efectivamente: era,
tenía y se le suponía.


Tratar de consolidar el mañana, de crecer, precisa de la existencia real de un verdadero talento y su aplicación práctica.
¡Coge al toro del talento por los cuernos!. Enfréntate a la realidad de que el talento no se puede dar siempre en la misma persona, ni todos los días, ni para todas las situaciones, ni en todos los
supuestos en los que se necesite. Aprovecha las “ráfagas del talento” (Stanley Kubrick) y comprueba que tienes tanto talento como para poder vivir de aquel que tuviste.
Muchas grandes organizaciones han nacido de una ráfaga de talento: el Ford T, la aspirina, el tetris, las enciclopedias por fascículos... Luego estas empresas han tenido el talento suficiente para administrar su éxito y seguir perfeccionando, innovando y modernizando sus productos y servicios.
Lo curioso es que a partir de este momento, el rostro del talento, ya no es la cara de quién lo ideó, lo creó y lo puso en práctica. Ahora el rostro del talento se identifica con el rostro del producto o
servicio. Como Sócrates haría: “preguntémonos por qué” Vuelve a visualizar el Ford T, la aspirina, el tetris o las enciclopedias por fascículos y comprobarás el
rostro que, inconscientemente, les habías adjudicado. Y ahora, visualiza si puedes, el rostro de las personas que trabajan en tu empresa y que tú crees
que tienen un talento especial.
Para poner rostro al talento, nos podemos aventurar (siguiendo a Juan Carlos Cubeiro) a describir sus atributos a través de los sentidos. Así, el olfato nos llevaría a definir el rostro del talento por su sensibilidad, intuición, capacidad para percibir matices y sensaciones. Por la vista se dibujaría un
rostro agudo, claro, visualizado y concreto. El tacto aportaría textura, seguridad, confianza, proximidad y calor. El oído proporcionaría al rostro del talento capacidad de interpretación, percepción del entorno y también su voz interior y la búsqueda de soluciones. Finalmente por el
olfato se alcanzaría la capacidad de combinar los conceptos, descomponer factores y a la postre, degustar sus efectos y consecuencias. El talento es tan variado que sus mil rostros no pueden inventariarse. Sir Laurence Oliver decía: “me transformo cada vez que salgo al escenario”, y Picasso recordaba que había “tardado cuatro años en pintar con la técnica de Rafael y toda una vida en pintar como un niño”


Fernando Bayón, director de eurotalent

No hay comentarios:

Publicar un comentario