jueves, 25 de febrero de 2010

EL EFECTO ARRASTRE DEL TURISMO Y EL OCIO

De todos es sabido que la actividad turística es un fenómeno abierto que circula por todos los conductos socio-económicos y se desarrolla como una masa viscosa y multiforme capaz de llegar
a casi todos los rincones. Muy pocas actividades o sectores económicos tienen la propiedad expansiva que ha manifestado el turismo y menos aún lo han mostrado de manera continuada y sostenida los últimos cincuenta años.
Negar o negarse al turismo es tanto como negar la realidad más fructífera de nuestro país. Un absurdo, a veces pretendido por quienes no ven en “eso del turismo” más allá de su aspecto
folklórico y bullanguero, por otra parte muy alejado de los actuales planteamientos políticos y económicos del sector.
Las consecuencias económicas de la actividad turística son muchas, pero deben ser medidas en la justa proporción que representa para las economías regionales. Sus puros términos económicos son muy diferentes de sus términos monetarios como también su estrictu sensu es muy diferente del
“efecto arrastre” que supone para otros muchos sectores de variadísima naturaleza repartidos a lo ancho y largo de la economía.
Las empresas que conforman la actividad turística representan un tejido complicadísimo. Diversos aurotes (desde Lickorish y Jenkins, pasando por Figuerola, Esteban o Cals hasta Yancour, Tribe o Weiss) consideran que las denominadas empresas terciarias que quedan afectadas por el sector
turístico tienen una repercusión extraordinaria en sus efectos macroeconómicos. La capacidad del turismo que denominamos “capacidad de arrastre” es la cualidad implícita de la actividad para influir en el desarrollo de todas esas empresas terciarias. Sus cifras pueden resultar
asombrosas. Estudios realizados en 2002 por eurotalent demuestran que monetariamente estimado, el ingreso propio que el turismo aporta tiene una progresión inducida directa (1 a 6) de
incalculable valor (beneficio de las empresas, pago de materias primas, pago de servicios, coste del recurso humano, etc.). La repercusión desde el punto de vista económico es muchísimo mayor (1 a 13) representando una progresión exponencial que traspasa, con mucho, los límites del
fenómeno turístico (servicios públicos, sanidad, medioambiente, construcción, infraestructuras, alimentos, ropa, equipamiento, mobiliario, materiales de todo tipo y casi un infinito más).
Cuando los expertos pontifican que el turismo ha representado tal o cual porcentaje de nuestro producto interior bruto (para el 2002 muy cercano al 12%) hay que pensar: ¿qué ocurriría en nuestro país si un año desapareciera el turismo? ¿perderíamos ese porcentaje? No. Nos
empobreceríamos mucho más porque también se perdería “el efecto arrastre”, rompiendo lo más importante que desde el punto de vista estructural ha creado el turismo: su cadena de valor macroeconómico. “El efecto arrastre”, que en el fondo no supone, sino una dependencia vital del
turismo causaría el cierre de multitud de empresas, sectores o actividades: las terciarias (recordemos que “los que viven del cordero” representan una larga lista).
Tampoco hay que magnificar y aseverar que: el turismo o la nada. Pero se debe ser realista y reconocer que el turismo es mucho más que sus cifras millonarias de divisas.
“El efecto arrastre” del turismo y del ocio hace que existan y que subsistan muchas empresas, casi todas pymes, haciendo más sólido el cimiento social y el crecimiento económico. Se puede decir que el turismo y el ocio son los padres de otros muchos vectores generadores de riqueza y empleo. Esto no es un fenómeno nuevo en nuestro sistema económico, pero en el caso que nos ocupa es excepcionalmente impactante y duradero. En esta familia de intereses nuestros,
los condicionantes y limitaciones se hacen patentes de forma que no podrá emprender un nuevo ejercicio sin contar con el buen funcionamiento de ese haz de intereses (recordemos el conjunto de calamidades que se produjeron en las primeras semanas de la “temporada 2001”: huelgas,
atentados, mal funcionamiento de los servicios, falta de información, etc.)



¡Busquemos una fórmula mágica para asegurar que todo funciona bien! Ninguna fórmula asegura nada. Sólo el comportamiento, la capacidad, la formación y el compromiso de las personas que
trabajan es esta actividad. Por eso hay que abogar por la profesionalidad de los recursos humanos del sector como el mejor camino para el éxito.
En el siglo XXI el turismo va a depender de la eficacia de sus empresas terciarias. Es una curiosa simbiosis: si del turismo depende un enjambre de empresas terciarias, sólo el buen funcionamiento
de éstas va a hacer posible su desarrollo año tras año. Pero esta “es otra historia”, como diría Keeplin.

Muy pocas actividades o sectores económicos tienen la propiedad expansiva que ha manifestado el turismo y menos aún lo han mostrado de manera continuada y sostenida durante los últimos cincuenta años.
Fernando Bayón, director de eurotalent.

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