viernes, 26 de febrero de 2010

LAS RAICES DE LA PRODUCTIVIDAD

Tal vez uno de los retos importantes a los que se enfrenta nuestra economía, en estos momentos, es el aumento de la productividad para incrementar nuestro nivel de competitividad en unos mercados cada vez más globalizados y en consecuencia con una competencia mayor y más agresiva. En efecto, según el informe elaborado por el Foro Económico Mundial (W.E.F.), para el año 2004, España ocupa el puesto 26 en competitividad empresarial, según un índice que identifica los factores de productividad y refleja los factores microeconómicos, en una clasificación encabezada por USA, seguida de Finlandia y en la que se sitúan por delante de nosotros países como Taiwán (17), Islandia (19), Irlanda (22) o Malasia (23). Según Michael Porter, “la competitividad de un país se define por la productividad con la que se utilizan los recursos humanos, económicos y naturales” y añade “el nivel de vida de un país se determina por la productividad de su economía, que se mide por el valor de los bienes y servicios producidos por unidad de sus recursos humanos, económicos y naturales”. Es decir que la verdadera competitividad se mide por la productividad, y tampoco en este concepto nuestra posición, a nivel de país, es muy brillante. Según un informe aparecido, recientemente, en la prensa especializada, España junto con Malta son los dos únicos países de la Unión Europea que no habían mejorado su productividad a lo largo del 2004. También, según otro informe, en España la tasa de productividad por persona empleada, durante el periodo 1996/2002, creció una media del 0,5 % frente al 1,2 % de la Unión Europea, lo cual perjudica nuestra competitividad en relación con la de nuestros vecinos. Es cierto que fuertes incrementos de las tasas de productividad no son, a nivel de país, muy compatibles con tasas elevadas de crecimiento del empleo, que es otro de los problemas importantes que afectan a nuestra economía, pero no es menos cierto que si nuestra competitividad no aumenta, se puede crear un círculo vicioso que al final traerá como consecuencia un aumento de las tasas de paro, motivadas por cierres de empresas no competitivas o deslocalización de otras, como ya estamos lamentando. En esto de la productividad, en general, los políticos tienen tendencia a intentar resolver el problema, a base de medidas macroeconómicas u otras, tales como fomentar el proteccionismo o fomentar las subvenciones, sin querer darse cuenta de que, las más de las veces, lo que se está protegiendo, o se está subvencionando, es la ineficacia empresarial. Sin embargo más del 80 % del PIB per cápita de un país, se debe a variables de tipo microeconómico y según M. Porter tiene sus raíces en la sofisticación de las prácticas de trabajo y las estrategias de las empresas. En otras palabras, las medidas macroeconómicas o estructurales para mejorar la productividad bienvenidas sean, siempre que no protejan o subvencionen la ineficacia, pero las raíces de esta mejora hay que buscarlas en las empresas, en sus prácticas y en sus estrategias. En este sentido, y según estudios hechos en Estados Unidos, las empresas orientadas a las personas tienen, en términos globales, una productividad entre un 30 % y un 40 % más elevadas que sus competidores que invierten millones en nuevos sistemas informáticos o en sistemas de fabricación flexible o en otras formas de tecnología cuya rentabilidad, a efectos de mejora de la productividad, parece menos probable que la de una buena utilización del factor humano. No seré yo quien niegue la importancia de la informática o la tecnología para mejorar los procesos productivos ya que sería negar la evidencia, pero lo que si parece es que el factor humano o, lo que me gusta más, las personas en esto de la productividad son decisivas y, sin embargo, según los estudios citados, sólo el 10 % o el 12 % de las empresas analizadas, parecen ser concientes de ello. Las personas, están ciertamente, en el origen de la productividad en la empresa a través de un proceso de funcionamiento, relativamente, sencillo en el que se reciben “inputs” en forma de información y elementos materiales y merced a su talento, lo transforman en “outputs”. Para que este proceso transformador funcione, de manera óptima, se requieren dos cosas importantes. La primera que el talento sea el mejor posible y la segunda que exista un feed-back permanente, para que las personas conozcan el resultado del proceso y en consecuencia puedan sentirse satisfechas si los resultados son óptimos y, si no lo son, puedan mejorarlos de la manera más adecuada y en cualquier caso ser compensadas de acuerdo con el mérito. Esto es, sin talento ni feed-back y sin la compensación adecuada es difícil que la productividad de las personas sea competitiva. Cuando hablaba de las empresas orientadas a las personas justamente quería referirme, básicamente, a estos tres conceptos, hay otros más pero estos me parecen los fundamentales. Es decir una empresa orientada a las personas cuida el talento, de verdad y no como eslogan, como su activo más importante y si el talento es la capacidad por el compromiso, quiere ello decir que desarrolla las capacidades de su personal y crea el clima y las condiciones necesarias para obtener el más alto compromiso. En una empresa orientada a las personas el feed-back tanto positivo como negativo si es necesario, se practica como norma, y de esta manera las personas saben cómo están contribuyendo y en consecuencia cómo, cuándo y dónde tienen que mejorar. Y, finalmente, en una empresa orientada a las personas las prácticas de compensación (más allá de la pura y simple retribución) se cuidan de manera exquisita para compensar, adecuadamente, la contribución de cada uno. Esto último puede parecer que va en contra de los costes laborales que afectan a la productividad, pero esto no es así; lo que importa no es el coste de la hora, sino como repercuten en el producto los costes laborales y esto es el resultado no sólo del nivel salarial sino también del número de horas que se invierten en el proceso productivo, es decir, los costes laborales por unidad producida.
Sin talento ni feed-back y sin la compensación adecuada es difícil que la productividad de las personas sea competitiva.
Para ilustración consideremos la evolución de los costes laborales por unidad producida, elaborados por la Comisión Europea. España e Italia son los países donde más han aumentado los costes laborales unitarios relativos, desde el primer trimestre de 1999, exactamente un 9 %. En cambio, en Alemania, país considerado como un paraíso laboral con sueldos elevados y beneficios sociales envidiables, los citados costes han disminuido un 10 %, en el mismo periodo, lo que supone una notable mejora de su productividad. Es decir que la teoría de que las elevadas productividades se consiguen a base de bajos salarios y muchas horas de trabajo no parece tener mucha solidez. En realidad lo que sí ocurre es que los bajos salarios y las jornadas interminables de trabajo, más que paliar, generan otros problemas de calado más hondo; eso sí para intentar mejoras de productividad. Las raíces profundas de la productividad están en la empresa y en particular en las personas, en ellas residen las palancas más importantes y eficaces para mejorar la productividad de cualquier país.
Vicente Blanco, director de eurotalent

No hay comentarios:

Publicar un comentario