viernes, 26 de febrero de 2010

CINE DE GESTIÓN:

En un entorno de globalización tan creciente como incipiente (McKinsey ha calculado que la globalización apenas ha alcanzado el 20% de su potencial, y que se cuadriplicará en las próximas tres décadas), no deja de sorprender que el pensamiento europeo y el estadounidense, lejos de
converger, divergen sobre aspectos esenciales. Las películas nominadas a los Óscar de este año así lo demuestran.
¿Cuál es el denominador común de Million Dollar Baby de Clint Eastwood, El Aviador de Martin Scorsese, Ray de Taylor Hackford y Descubriendo Nunca Jamás de Marc Forster? Todas son historias en las que las ‘Creencias’ se imponen. La ganadora (mejor película, mejor director, mejor
actriz) es un drama sobre una boxeadora que acude a un viejo entrenador. Ella sabe lo que quiere y hará todo por conseguirlo. En la biografía de Howard Hugues, le vemos como a un piloto
capaz de todo: rodar películas míticas, comprar la TWA, enamorar a Katharine Hepburn y a Ava Gardner... La vida de Ray Charles es la de un cantante de jazz de color que queda ciego a los cinco años y consigue romper barreras musicales y sociales. Y James Barrie, el dramaturgo creador
de Peter Pan, nos invita a creer usando la imaginación. Las cuatro historias se centran en lo que Stephen Covey, el gurú americano de la gestión, llama “el poder de las creencias”. Lo importante, nos enseña Covey, no es pensar desde el pragmatismo: “si no lo veo no lo creo”, sino apelar a lo
que uno mismo cree: “si no lo creo, no lo veo”. Moraleja: si crees que puedes, lo conseguirás. Es el mensaje actualizado de la “sociedad del logro” por excelencia, transmitido por los peregrinos y los padres fundadores.
Las cintas triunfadoras del viejo continente (El hundimiento, del alemán Olivier Hirschbiegel; Los chicos del coro, del francés Christophe Barratier, y Mar Adentro de Alejandro Amenábar) tratan
de duras historias en las que los personajes tratan de sobreponerse a la adversidad. A diferencia de los héroes hollywoodenses antes mencionados, no eligen. Adolf Hitler se enfrenta a la derrota de sus tropas en abril de 1945 y decide quedarse en la ciudad y suicidarse junto a Eva Braun. La
película nos muestra, en un ambiente claustrofóbico, los últimos doce días del Führer. Clement Mathieu es un profesor de música en paro que en 1949 acepta un empleo como vigilante en un internado de reeducación de menores. A través de la música consigue que los alumnos cambien
su vida para siempre. Ramón Sampedro lleva 30 años en cama desde que un accidente le dejó tetrapléjico. La ayuda de una abogada de Barcelona y de una mujer del pueblo le servirán para que pueda tomar sus propias decisiones. Son tres testimonios de lucha contra la adversidad
porque, siguiendo a Savater: ”no somos libres de elegir lo que nos pasa, sino de actuar frente a lo que nos pasa”. El Liderazgo, tal como nos ha enseñado Santiago Álvarez de Mon, es cuestión de
carácter. Es la prueba de fuego que convierte al Hitler de los últimos días en un personaje patético, al profesor Mathieu en una magnífica influencia y a Ramón Sampedro en un hombre libre.
La diferencia entre estas películas de ambos lados del Atlántico es más profunda de lo que parece a simple vista. Lo que en unas es culto al individuo (la boxeadora Maggie, Howard Hugues,
Ray Charles o James Barrie), en las otras es relación grupal (en el búnker de Berlín, en el internado francés o en la habitación gallega). Lo que en unas es cumplimiento del propio proyecto (campeón en el cuadrilátero, la canción, la empresa o la escena), en las otras es superación de
los momentos más difíciles, desde la orientación, la participación o la colaboración. Lo que en unas es muestra de ‘Predestinación’ (todo está escrito de antemano), en las otras es símbolo de ‘Libre albedrío’, de la voluntad humana. Ya lo expuso hace años un Presidente francés: Estados Unidos se basa en el Viejo Testamento, Europa en el Nuevo.

La competencia en el séptimo arte es muy desigual. El 80% del cine que se ve en nuestro país se concentra en 8-10 películas, prácticamente todas ellas americanas (Mar Adentro es una rarísima
excepción). Más del 50% de los espectadores se niegan en rotundo a ver cine español. Así, el modelo que cala, también en la empresa, es el de Estados Unidos. Como señaló la presidenta de la Academia, Mercedes Sampietro, en la última entrega de los Goya, “Hacer cine en España
parece tarea propia de Don Quijote. Como locos nos lanzamos a esa aventura que es hacer cine, con el ánimo de enamorar a una Dulcinea esquiva, que se llama público, mientras un implacable Sancho, llamado recaudación, nos devuelve a la cruda realidad”.



LAS MOTIVACIONES DE TEJERO

Moraleja: si crees que puedes, lo conseguirás.
Juan Carlos Cubeiro, director de eurotalent
Parece que, cada cuarto de siglo, un Tejero se cuela en nuestras vidas por la pantalla televisiva
para remover las emociones. El de 1981, Antonio Tejero, fue el golpista que irrumpió en el Congreso el 23-F con el propósito de acabar con la democracia. El actual, Fernando Tejero,
protagoniza la serie más vista de la televisión nacional. Aquél simbolizaba la jefatura cuartelera y al chusquero que trata de imponerse por la violencia. Éste, al servicial, muchas veces servil, con tendencia al “escaqueo”. Los dos pasarán a la historia por una frase propia. La del actor, “Un
poquito de por favor”, ha servido incluso para la campaña de tráfico de la pasada Semana Santa. La del ex - guardia civil, “Al suelo todo el mundo”, queda en la memoria colectiva como riesgo contra la convivencia. Los dos juegan en los extremos de la tolerancia: el partidario de la
“democracia orgánica” no acepta otras ideas que no sean las suyas; para el partícipe de la “democracia asamblearia” (esas absurdas –y reales– reuniones de comunidad de propietarios), todo vale con tal de que no se le moleste mucho. En un caso, los valores se imponen. En el otro, se
diluyen. El Tejero de hoy en día, tan inofensivo como divertido, ha pasado de ser portero (de la vecindad
de Aquí no hay quien viva) en la pequeña pantalla a serlo (de un equipo de fútbol en la película
El penalti más largo del mundo) en la pantalla grande. Fernando es, en ambos ambientes, un personaje muy similar. Una especie de Lázaro de Tormes del siglo XXI dedicado a pasar la vida con
el mínimo esfuerzo y muy escasos saberes y con el que se cuenta puntualmente cuando conviene.
En esta comedia, Fernando Tejero es el guardameta suplente de un equipo de tercera regional (la cinta está rodada en el campo del Puertabonita, en Carabanchel) que pasa desapercibido en el banquillo hasta que la lesión del titular y un penalti al equipo contrario en el último minuto le
convierten en esencial. Su equipo se juega la liga en que pare o no ese lanzamiento, cosa que se retrasa una semana por invasión de aficionados al campo. ¿Cómo motivar a este individuo, tan incapaz como poco comprometido, para que detenga “la pena máxima”? Cada uno lo intenta
a su manera: el presidente del equipo (y dueño del supermercado para el que trabaja como mozo de almacén), con una comilona y aliviándole de sus tareas profesionales; el entrenador, tratando de reforzarle su autoestima. Esporádicamente, con gritos e insultos. No faltan los intentos
de soborno por parte del rival y el viaje a un hotel de La Manga si el equipo gana la liga (“motivación extrínseca”, en la terminología empresarial). Como ocurre en la vida (y ésta es la clave de la película), pocos le preguntan con interés sobre su verdadera motivación, la auténtica, que va más allá de los atajos que le proponen los demás. Cuando él encuentra lo que le mueve, lo que le emociona, sabe tomar la iniciativa para marcar la pauta y conseguir lo que quiere.
Con una recaudación de más de un millón de euros en su primer fin de semana, El penalti más largo del mundo al parecer se convertirá en un éxito de taquilla. Cada año, una comedia española consigue el favor del público: Mortadelo y Filemón, Torrente, Isi Disi, El otro lado de la
cama o Días de fútbol. Ésta será el del Tejero que nos hace reír.


Juan Carlos Cubeiro, director de eurotalent

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