martes, 2 de marzo de 2010

LOS REYES MAGOS LLEGAN AL BATEY

Responsabilidad social
Batey: comunidad rural de trabajadores en la República Dominicana, para dar servicio a las plantaciones de caña de azúcar. Existen unos 400 bateyes, con una población promedio de 500 personas, lo que arroja un total de alrededor de 200,000 pobladores/as viviendo en condiciones infrahumanas (69,6% dominicanos y 30,4% haitianos o dominico-haitianos -hijos de haitianos nacidos en República Dominicana-) En tiempo de zafra un picador de caña gana entre $50.OO y $60.OO pesos dominicanos diarios (1 euro=43 pesos), pero la empresa le paga con un ticket que es vendido a los comerciantes por un 70% de su valor total. Constituyen, sin duda, unas de las comunidades más pobres del planeta y sus pobladores se mantienen por debajo de la línea de pobreza crítica (se calcula que aun si gastaran todos sus ingresos en alimentos no lograrían una alimentación adecuada). El 98% de estos pobladores padecen de alguna dolencia relacionada con la desnutrición. Si a esto se unen prácticas inadecuadas de higiene ambiental y personal y ausencia total de servicios de salud, toda la población está real o potencialmente enferma. Las viviendas son barracones y casuchas de madera construidas hace más de cuarenta años, de 7 metros cuadrados, y de entre 12 a 24 habitaciones, con una sola puerta y sin ventanas. En cada habitación se aloja una familia, sin servicio de agua ni electricidad. Carecen también de servicios de recogida de basura, lo que multiplica el riesgo de contraer enfermedades que no pueden ser curadas por no tener dispensarios médicos. No tienen tampoco transporte, servicios de educación… El huracán Georges puso la guinda de la desolación en 1998: destruyó el 100% de la producción agrícola, arrasó o dañó el 70% de las viviendas, así como una gran parte de sus pertenencias y todos los molinos de agua desaparecieron.
Día 6 de enero de 2007, 6,30 a.m. Amanece en la ciudad de Santo Domingo (República Dominicana). Los Reyes Magos (María, Jacqueline, Natali, Melba, Hugo, Daniel, Alejandro y José) terminan de prepararse y acuden al punto de encuentro. Media hora después los encontramos transportando sus grandes cajas de regalos (ropa y juguetes usados o juguetes nuevos comprados a un precio máximo de 1 euro la unidad) que todos van a entregar aunque no todos recolectaron. Esa labor sólo la efectuaron las Reinas, ayudando a María durante todo el año 2006.
No hay espacio para narrar aquí la historia que impulsó a María a realizar esta actividad desde ya hace veintiún años, sin fallar jamás (¿podría un Rey Mago no acudir algún año a su cita sin que sus infantiles súbditos lo destronasen?), pero valgan los términos amor y familia para sustituir ese omitido relato.
7,30 a.m. La comitiva de camellos/camionetas todoterreno arranca. Sólo son dos pero no hay carga que justifique un tercer camello, ya se imaginan Vds. la razón: son Reyes Magos sí, pero Reyes Magos de paupérrimos (el dichoso superlativo en la escuela siempre me pareció estrambótico y condenado al olvido por desuso…), avituallados además por un voluntarioso ejército de donantes trabajadores de un país en vías de desarrollo. El pobre a la ayuda del paupérrimo, un despropósito casi un oxímoron sólo superado por la misión que se proponen estos Reyes Magos: llegar hasta tres bateyes del Ingenio Consuelo, sitos entre Hato Mayor y San Pedro de Macorís. No busquen su ubicación en el mapa, los cartógrafos no acostumbran a afear los mapa mundi con estos avernos sartrerianos en los que no se puede elegir simplemente porque no hay nada que elegir, y en los que el infierno no son los demás sino el olvido de los demás. Sin embargo, ¡stop a la pena! pues al menos hoy los moradores de estos tres bateyes se levantaron seguros de que sus Reyes Magos no les fallarán.
9,30 a.m. Las camionetas se detienen en un supermercado de Hato Mayor para terminar las compras de su propio avituallamiento y asegurar bien los fardos. A partir de aquí, la carretera asfaltada termina y comienza un rally por el campo de aproximadamente una hora, si todo sale bien. La prueba más impactante de la senda campestre acude madrugadora a la cita. No han pasado ni cinco minutos de traqueteo entre barrizales y empedrados imposibles cuando la comitiva encara el puente sobre un río sin nombre –otro paupérrimo–, que en verdad no es un puente, sino un esqueleto de vigas de hierro distantes entre sí unos quince centímetros, su recubrimiento fue otra víctima del huracán Georges, según me cuentan.
El primer camello/camioneta cruza el puente con tres Reyes Magos y la caja repleta de bultos. Lo
Reconstrucción de vivienda destruida por Huracán Georges.
observo avanzar mientras ruego porque la ley de la gravedad sólo exista en mi imaginación, hasta que por fin alcanza el otro lado. Le toca el turno al segundo camello pero según arranca, mis pensamientos y sensaciones tornan por completo. Quizá sea relevante el hecho de que yo voy en ese camello y que cada traqueteo y chirrido ferroso hacen estallar en mí un miedo paralizante, multiplicado por la visión del río entre las vigas, 20 o 30 metros más abajo, hasta el punto de que ya no veo vigas sino sólo el río e imagino a la camioneta suspendida en el aire no como camello sino como “pegasos, lindos pegasos” machadianos. Continúa la ajetreada marcha a paso lento durante más de una hora: nuevo charco que impide calcular la profundidad de los surcos de barro ¿embarrancará? ¡No, agorero! A los lados las plantaciones de caña de azúcar, inusualmente altas por el abandono de años sin ser cortadas, nos aíslan del mundo y preludian la desolación con que nos encontraremos junto con las fisonomías y vestimentas de los motoristas con los que nos vamos cruzando (los lugareños se desplazan en su mayoría en pequeñas motos o andando. A los motoristas los llaman “muertoritas” por la cantidad de atropellos que sufren en todo el Estado –pero esa es otra historia–). Tres curiosidades me asaltan en esos momentos. La primera ¿dónde están aquí los obesos? La segunda ¿por qué los tripulantes de las camionetas parecemos enfermos agudos de Parkinson, mientras los motoristas parecen deslizarse en vez de rodar, transportando además muchas de ellas hasta a cinco personas: padre, madre y tres vástagos? Y tercera ¿dónde van los motoristas que abandonan el accidentado camino y se adentran entre la caña de azúcar por unos angostos claros, con la determinación de quien tuerce en una calle? 10,30 a.m. El primer batey aparece en una curva. Barracones, gallinas y en medio del camino, retozando en el barrizal más profundo un cerdo gigantesco. Como no es nuestro destino, lo sorteamos y seguimos camino entre las curiosas miradas de los lugareños. Así un interminable kilómetro tras otro hasta que al fin, el viaje acaba en la finca de la familia Medina Ramírez, tras una aventura sólo apta para camellos/camionetas puras, sin aditamentos, después de superar más de veinte barrizales y gracias a que no ha llovido por allí de manera relevante desde hace varios días. Si las nubes hubieran descargado, el viaje habría terminado sin llegar al destino. Si llueve ahora permaneceremos aislados allí, en función de la pluviosidad, al menos tres días. Un cercado de espinos aísla la finca dedicada al cultivo de frutales y en cuya entrada se ubican una pequeña chabola de madera –pero al fin y al cabo una casa y no un barracón- y unos pilares. Al oír el ruido de motores, tres niñas y su mamá embarazada emergen de la chabola. Se nos acercan y nos miran, no nos hablan pero sus gestos dejan claro que no les gusta que les hablemos, salvo para darles regalos. En cuanto a los pilares, son parte del esqueleto de una casa sólo recién comenzada que languidece mientras su actual dueño (un hijo del marido de María) trata de ganar dólares suficientes para continuarla en su país de acogida, los Estados Unidos. La casa de María en la finca se ubicaba en el mismo lugar de los pilares, pero el Georges se la llevó también junto con parte de la salud de su esposo Danilo, el Rey Mago Precursor hasta su muerte el 3 de diciembre de 2003. Treinta años estuvo Danilo trayendo regalos a los bateyes vecinos a su finca ¿o fueron treinta y uno? Su constancia fraguó la leyenda entre la población bateyana de que también estuvo repartiendo regalos el 6 de enero de 2004. 11,00 a. m. Los Reyes Magos estamos en nuestros puestos pero los clientes se reducen a las tres niñas de la chabola. María me tranquiliza: espera y verás, ayúdame a colocar las cajas para poder entregar los regalos con algún orden y evitar la picaresca de los que se vuelven varias veces a la fila para pedir más regalos. No han transcurrido cinco minutos cuando comienza el milagro: las cañas comienzan a vomitar niñas, niños, jóvenes, adultos, diez, veinte, cien… Un hijo de Melba también aparece de repente a caballo para ayudar, junto con varios jornaleros de la finca ¿o son los pajes? Los bateyanos se acercan bulliciosos y descalzos en su mayoría hasta el otro lado de la gran puerta de palos y espinos. Todos, los jóvenes y adultos saben a quien mirar, a quien acariciar con sus sonrisas de terciopelo. María encaramada en una camioneta, envuelta en ese torbellino de agradecimiento no tiene tiempo para devolver gestos, se afana en agrupar regalos, acercándolos a los otros Reyes Magos para que los entreguen a una chiquillería recién dividida por sexo en varones y hembras (yo les corrijo, niñas o mujeres. Eso, niñas –dicen ellos- y añaden: ¡Pero por favor las hembras no se mezclen! No insisto).
Los jornaleros/pajes distribuyen a cada niño un papel con un número que deben canjear por sus regalos: un juguetito y unas prendas de ropa usada. Las mamás empujan a los más pequeños para que se acerquen a nosotros y estos lloran de miedo; otros todavía más chiquitos lloran en los brazos de las madres cuando también nos los acercan reclamando su regalo. Entre la enternecedora algarabía, un niño blandiendo su número y desde fuera de la fila me dice: oye jefe, yo quiero un bate. Le entrego el susodicho bate enano y de plástico con una pelota de plástico y proporcionalmente enana, todo ello envuelto en un papel celofán transparente. Al de atrás le canjeo su número por un paquete de animalitos que mira fijamente mientras se marcha, pero de repente se vuelve hacia mí y me dice: jefe, jefe, yo también bate. Le doy otro bate y él sonriendo me devuelve sin dudarlo el paquete de animales que yo deposito en la caja porque el siguiente se arranca: jefe, bate; y el siguiente: bate, jefe.
Pronto se terminan los bates y arrecia la primera crisis. El niño al que le toca recibir la mala noticia no puede ocultar su tremendo disgusto pero para entonces ya se han afinanado mis dotes de Rey Mago. Le largo un paquete de cochecitos a la vez que le digo: bueno como se han acabado los bates, te doy uno de los mejores regalos que traigo, los coches. Él no se contraría pero me responde: coches, de acuerdo pero dame el que está en el techo de la camioneta. Vuelvo la cabeza y veo un coche viejo pero muy grande que María ha colocado allí junto a un pequeño y exclusivo triciclo, como escaparate de la actividad que estamos realizando. No sé que hacer pero de inmediato viene en mi auxilio un paje que agarra con suavidad al niño, le ayuda a darse la vuelta y le pide que se vaya.
Miro a los otros Reyes Magos, todos entregando regalos en las filas que ya no son dos sino seis. Durante un rato parece que el método funciona, sin embargo, llega un momento en que hasta a mí que soy el novato empiezan a sonarme caras y vestimentas ¿pero éste no ha estado aquí? Yo no jefe, yo no, y déme también el regalo para mi hermano que está enfermo y no puede venir. Al lado una mamá eleva un poco la voz: yo les he pedido tres camisas y pantalones ¿No hay edad máxima para pedir a los Reyes Magos? Melba discute con ella: tres y tres no puede ser, confórmate con dos y dos. Ya tampoco entiendo a Melba ¿no habíamos dicho uno y uno? Otra señora emplea técnica bien distinta: yo no pido, dice, me conformo con lo que me traigan. Alguien le larga unas prendas y ella las entrega a sus espaldas a un niño y sigue en el mismo sitio repitiendo: yo me espero, no se preocupen, sólo lo que me traigan.
Hugo, emigrante en Connecticut ha traído de allí un iPod con su bocina (altavoz) y 7000 canciones. Lo conecta e inunda el bullicio de merengue, bachata y salsa. Tras el cercado, los mayores comienzan a bailar. Los peques siguen desbaratando el sistema que habíamos ideado para que nadie se quedara sin regalo aunque ya no importa porque parece que sobran: jefe, jefe que ahora me toca a mí. Les das otro paquete y ellos acuden prestos al lado de su papa o mamá que sostiene un bolsón de trapo en el que introducen sus regalos y vuelven sonrientes a la cola. Así pasan dos horas hasta que las cajas asignadas previamente por María y Melba a ese batey se van vaciando, mientras las bolsas familiares se van llenando. Algún hombre se me ha acercado como distraído para solicitarme “algo de plata, jefe”, mientras alguna mujer cercana me mira sonriendo pero sin hablar, como al acecho de cualquier gesto mío que pudiera hacerla sospechar que entrego al pedigüeño alguna cantidad para solicitarme otro tanto.
13,30 a.m. Los regalos se terminan pero la música mantiene a todo el mundo en la pequeña explanada de la finca. Uno de los niños de la cerca que me observa mientras hablo me suelta a bocajarro: tu no eres dominicano ¿qué tu haces acá? He venido a verte, le digo. Se queda pensando mi respuesta y parece que es de su agrado porque sonríe y me dice ¡ah! Otros que deben estar pensando que nos guardamos juguetes me insisten: jefe, jefe que yo acabo de llegar ¿me voy a quedar sin Reyes? Así seguimos hasta que María se dirige a los mayores y les dice: se acabó, ya váyanse que vamos a almorzar. Nadie protesta, vuelven las sonrisas agradecidas mientras recogen los atillos, vocean a sus niños y nos dicen, hasta el año que viene ¿eh?
El milagro se invierte según los cañaverales van recuperando en su seno a sus hijos bateyanos pero se produce uno nuevo: la comida preparada por las Reinas incluye a los jornaleros, a la familia de la chabola y a Alcides, un personaje singular que hace entonces acto de presencia en la finca. Se trata del antiguo chofer de Danilo, un bateyano muy respetado en los dos bateyes que nos quedan por visitar. Le ha acercado a la finca un muchacho en una moto y de inmediato ha comenzado a repartir un torrente de sonrisas, así como un ritual de abrazos y referencias a los cambios fisonómicos que él ha percibido en cada miembro de la familia Medina Ramírez.
15 a.m. Recogidos platos, envases y vajilla, entre muestras de agradecimiento infinito y promesas de amistad perpetua por parte de los jornaleros, tanto ellos como nosotros abandonamos la finca, ellos camino a su barracón nosotros hacia el segundo batey, acompañados por Alcides. Tanto allí como en el tercer batey, el tiempo de entrega se reduce porque Alcides convoca en cada uno a una o dos personas, a las que entregamos cajas de ropa y regalos para que los repartan ellos. La entrega se produce en unas explanadas que se van llenando con las personas que se percatan de nuestra presencia o que algún familiar o conocido convocan. No hay ya ninguna cerca o separación, estamos eso sí acompañados por Alcides y otros adultos que denotan autoridad en sus gestos y palabras sobre los demás. Ningún incidente en las dos paradas, sólo un verdadero día de Reyes.
17 a.m. Concluida la última entrega, guiamos a los camellos hacia el batey de Alcides. Su calurosa despedida, compartida por un gran número de personas que se unían a la misma a través de manifestaciones efusivas, revivía una vez más esta experiencia inolvidable. Reiniciando el accidentado camino, mientras avanzábamos iba pensando cuan cercana viaja la felicidad al contacto amistoso con otros seres humanos y lo vano de la desenfrenada carrera por acumular riqueza. Volví la mirada por última vez al batey y la imagen que me regaló fue la silueta de un niño feliz, caminando con pequeños saltitos mientras miraba ensimismado su bate y su pelota que seguían envueltos en el papel celofán con que lo había recibido seis horas antes.
Tanta envidia me dio que me pregunté un poco angustiado ¿y a mí que me han traído? Poco a poco entendí que este año habían sido muy generosos conmigo: cariño y confianza de una familia, participación en un acto inolvidable y recuperación del significado de unas importantes palabras: paupérrimo y Reyes Magos ¿alguien recibió más?
José Antonio Sáinz, director de Eurotalent

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