viernes, 5 de marzo de 2010

IDENTIDADES Y ROLES

Pedro Almodóvar abre el que será un gran año para el cine español, con estrenos de películas de Amenábar, Fernando Trueba o Isabel Coixet. Ya se sabe, en las crisis es cuando la creatividad se pone más a prueba. Los abrazos rotos es, según sus mismas palabras, un particular homenaje del director manchego al séptimo arte. Y es que, según algunos de nosotros que nos dedicamos a la gestión del talento, el cine es el método del caso del siglo XXI. Por eso este drama con aires de cine negro, esta historia de “amour fou” (cine dentro del cine) es una gran invitación a reflexionar sobre lo valioso, sobre las identidades, sobre el afecto. Un prolongado abrazo, eterno en una foto, que queda roto para siempre.
Lanzarote, 1994. Mateo Blanco (personaje interpretado por Lluis Homar), director y guionista, sufre un accidente de automóvil en el que pierde la vista y a Lena, su mujer (Penélope Cruz). Su seudónimo como escritor de relatos, Harry Caine, se convierte en su única identidad y pierde la original. En su oscuridad, ve reducida su existencia a su rol, a su papel como guionista, y fantasea con que Lena y Mateo se quedaron juntos para siempre en esa isla canaria. Lleva su discapacidad visual entre la ironía y el disfrute, con la ayuda de su directora de producción, Judit (Blanca Portillo), y del hijo de ésta, Diego, que le hace de secretario y lazarillo. Diego tiene un accidente, Harry cuida de él y, a petición del convaleciente, le cuenta la trágica historia que tuvo lugar 14 años antes. Lena Rivero era una joven actriz proveniente de un entorno rural que rodaba una comedia, “Chicas y maletas” (una especie de “Mujeres al borde…”), en la que Mateo Blanco era el director, Judit García la directora de producción, Ernesto Mantel (José Luis Gómez) el productor (el que paga la película, para controlar a su “chica”) y su hijo el encargado de rodar el “Cómo se hizo”. Un drama dentro de una comedia. Como la vida misma.
Ante la crisis, como en la película, muchos optan por la “ceguera” (no es casualidad que también se haya estrenado estos días la versión cinematográfica de “Ensayo sobre la ceguera”, de José Saramago), por no querer ver la situación, por no coger el toro por los cuernos y por elegir el rol (el seudónimo, como Harry Caine) en lugar de la verdadera identidad, por no ser protagonista sino víctima. Hasta que uno no asume realmente qué ha pasado y vive su duelo, la transformación no es posible.
Lena es una especie de Audrey Hepburn, más parecida en realidad –Almodóvar dixit- a la replicante de Blade Runner, con todas las características de una “femme fatale”: belleza espectacular, extracción humilde, precariedad económica. Un diamante en bruto. Su “novio”, un broker de la cultura del pelotazo de los 80 (y tal vez también de la crisis de avaricia que nos ha llevado hasta aquí), carente de escrúpulos, es un “empresario” que no sabe nada del séptimo arte ni le interesa, que produce una película para atar a su posesión. Un adinerado que usa a las personas como “recursos”. La genialidad de Los abrazos rotos es que vemos la película desde el “making off”, como si en una empresa analizáramos la organización no por los productos y servicios que ofrece a sus clientes, sino por las relaciones (afectivas, emocionales) que circulan entre las personas que trabajan en ella. La escalera como escena clave de la película y como símbolo de la promoción y de la desvinculación. Lena le dice a Ernesto que no le quiere, y todos lo observamos. Lena le abandona en la pantalla y en la vida (es el absentismo, físico y/o emocional, la pérdida de talento de la que se quejan muchas organizaciones), la doble humillación que surge como respuesta a la falta de tacto, a la falta de empatía, a la falta de respeto, a la falta de interés, a la falta de auténtico cariño. Y Lanzarote como refugio de amor para dos personas que realmente se quieren… hasta que sobreviene la tragedia.
El tándem, la unidad esencial del Liderazgo, se torna, se pervierte, en mera duplicidad. Mateo y Harry son uno mismo, hasta que dejan de serlo. Magdalena es también Pina, la mala actriz de “Chicas y maletas”. Ernesto Martel hijo es una sombra de su padre. Duplicaciones que no aportan valor, sino que lo restan. Dos caras de la misma moneda, como el cine y la realidad. Sólo Mateo y Lena forman un tándem sinérgico, que les hace felices. Un abrazo que se rompe para siempre.
En fin, que a Pedro Almodóvar su 17ª película le ha salido bordada: una obra de arte. Mucho talento femenino (Penélope Cruz, Blanca Portillo, Ángela Molina, Chus Lampreave, Kiti Manver, Lola Dueñas, Mariola Fuentes, Carmen Macchi, Kira Miró), dos actorazos (Lluis Homar, José Luis Gómez) y una gran historia, en la que los “mancheguismos” no pueden faltar. Estilo propio. Una reflexión profunda sobre la traición, los celos, la ambición, el afecto… que no puede dejarnos indiferente.
Muchas empresas en estos momentos difíciles son como un thriller, como ese cine
Muchas empresas en estos momentos difíciles son como un thriller, como ese cine negro de los años 50 fruto de la guerra fría
negro de los años 50 fruto de la guerra fría. Un melodrama. Pedro Almodóvar nos lo enseña descarnadamente.
Juan Carlos Cubeiro, Director de Eurotalent

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