viernes, 5 de marzo de 2010

UN HOMBRE BUENO

En la última escena de la película “El Gladiador”, la hija de Marco Aurelio mira con tristeza al General Máximus que yace muerto en la arena del Coliseo y plantea una pregunta a los senadores y al pueblo de Roma, “¿Merece Roma la vida de un buen hombre?”. Es una magnífica pregunta: invita a una profunda reflexión.
Mis esfuerzos para entender y trasmitir el liderazgo me han llevado a investigar a Abraham Lincoln, quien como Máximus también dio su vida por su país. Según profundizaba en mi investigación, iba descubriendo a un ser humano increíble; un ser humano que poseía una verdadera bondad, virtud que no se espera encontrar en un político. Con el paso de los meses vi que era imposible estudiar a Lincoln sin desarrollar un gran afecto por él y cuando llegué a leer la descripción del día en que le abatieron sentí una melancólica tristeza y me planteé la pregunta, ¿pero su país realmente merecía la vida de una persona tan buena? No tengo la respuesta pero estoy seguro de que Lincoln creía que sí.
La clave de su hipotética respuesta afirmativa la veo en que tenía una claridad absoluta sobre sus razones por las que estaba dispuesto a encarrilar a su país a una terrible guerra civil, que costó la vida a más de un millón de personas en vez de sencillamente permitir la secesión de los estados del sur. Lincoln lo describió con una elocuente precisión en su famoso discurso de Gettysburg, cuando decía que aquellos que perdieron sus vidas en aquellos campos de batalla lo hicieron para que “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no se borrara de la Tierra".
Lincoln entendía que el experimento de auto- gobierno, es decir, de seres humanos democráticamente auto-gobernándose (…) ofrecía a la raza humana la mejor posibilidad para crear las circunstancias en las cuales las personas podrían vivir en paz y hacer de sí mismos lo que quisieran.Lincoln, mucho más que cualquier otro hombre de su época, entendía por qué tenía que librar la guerra y la necesidad de hacerlo con tenacidad hasta la victoria final para la Unión. Entendía que el experimento de auto-gobierno, es decir, de seres humanos democráticamente auto-gobernándose, era joven y frágil, y tenía que ser defendido con la vida. Creía que esta forma de gobierno ofrecía a la raza humana la mejor posibilidad para crear las circunstancias en las cuales las personas podrían vivir en paz y hacer de sí mismos lo que quisieran. Era un experimento sobre la libertad de ser. La aguda inteligencia de Lincoln para ver este concepto con tanta lucidez es abrumadora y le marca como el político más grade de su tiempo. Pero lo que le hace aún más grande es que consigue salvar a su país sin renunciar a su propia bondad.
Esta bondad se ve en la manera en que daba nuevas oportunidades a personas que le habían traicionado porque su país necesitaba sus habilidades. Se ve en su voluntad de asumir la responsabilidad por las acciones de un miembro de su gabinete que comete un grave error. Se ve por su enorme generosidad en la política de reconstrucción. Primero perdonó a los combatientes del sur que dejaron la Unión, y empezaron la guerra, pero luego les facilitó su participación en la reconstrucción y futuro de los estados secesionistas utilizando dinero del norte. Se ve en su tolerancia a la hora de escuchar a personas que tenían ideas diferentes de las suyas y en su magnanimidad al reconocerles públicamente, cuando ejecutó sus ideas. Se ve en su lealtad a políticos y generales dándoles nuevas oportunidades tras los primeros fracasos. Y, finalmente, se ve en su coraje para mantener el buen humor animando a otros miembros de su gobierno y a su pueblo en los momentos más oscuros de la guerra, incluso durante periodos de máxima tragedia personal como la perdida de su hijo de 10 años.
Ciento cuarenta y cuatro años después, su país no es perfecto pero quizá su creencia en que los seres humanos podemos auto-gobernarnos ofreciéndonos la posibilidad de vivir libres y realizarnos, sí se ha comprobado. La elección del presidente Obama nos hace creer que este país es hoy algo más merecedor de la muerte de un buen hombre, de Abraham Lincoln.
De una manera muy diferente los Consejeros Delegados de las grandes empresas también dan sus vidas por sus organizaciones. Sé que ganan un salario alto y que tienen otros extras, pero también sé por haber estado muy cerca de muchos, que yo no cambiaría mi vida por las suyas. Sus vidas casi pertenecen a sus organizaciones.
En mi trabajo con Consejeros Delegados he visto de todo, hombres fríos, calculadores y sin escrúpulos, pero también personas integras, generosas y visionarias. Hombres tan buenos como Lincoln. Y, en estos casos, la pregunta es la misma, ¿merece nuestra empresa la vida de uno de estos hombres buenos? O quizás la pregunta se transforma en ¿cómo debería ser nuestra organización para merecer la vida de un hombre bueno que nos ofrece ser nuestro líder? En estos días de cambio que vivimos, puede que sea una pregunta clave. No tengo la respuesta pero veo que la calidad de lo que producimos, su utilidad para nuestra sociedad; la transparencia y la honestidad con que gestionamos nuestras relaciones y la integridad de nuestras acciones, tiene algo que ver con la respuesta.
Douglas McEncroe, director de Douglas McEncroe Group Publicado en Expansión, en Mayo de 2009

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