lunes, 1 de marzo de 2010

LOS PECADOS CAPITALES EN LA EMPRESA MODERNA

Cualquier tema que tratamos relativo a la empresa, sea sobre la calidad de sus directivos, sea sobre el talento de sus componentes o bien de las estructuras organizativas o de las políticas de compensación que deberían aplicarse, siempre se desarrolla en el entorno del ser humano. La persona es el centro de nuestro quehacer y de nuestra preocupación. Todo se hace por las personas y para las personas. Y cuando hablamos de las virtudes y de los pecados que adornan a la empresa, siempre nos referimos a aquéllas que ejercen, sufren o practican las personas vinculadas a la empresa. Existe una empresa, la Iglesia Católica, que, aparte de otras consideraciones que no vienen a cuento y con el debido respeto, podríamos calificar de modelo en cuanto a organización se refiere, pues solamente tiene tres niveles jerárquicos (el Papa, los Obispos y los Curas) y ya una duración que se acerca a los dos mil años. Esta organización milenaria ha acumulado a lo largo de los siglos un conocimiento de la persona, que creo no se ha utilizado suficientemente en los análisis que en los últimos tiempos se hacen sobre el mundo de la empresa. Quiero traer a vuestra consideración los muy conocidos siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza) y las siete virtudes que los contrarrestan (humildad, largueza, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia), que nos ha legado en su doctrina y que resume lo que, en su criterio, son los reinos del bien y del mal. En nuestra preocupación por la mejora del compromiso en la empresa ¿hablamos de conceptos diferentes a los que sustentan algunas de estas virtudes, que ahora llamamos competencias? Y nuestros puntos débiles, ¿no tienen un tremendo parecido con alguno de estos pecados capitales? Francamente, estamos siempre alrededor de lo mismo. Cambiamos las palabras, pero la esencia se mantiene. El ser humano parece inmutable en sus pasiones y en sus virtudes; es el mismo que describen los griegos en su teatro o tratan en su filosofía; es el hombre del medioevo, en la calle y en los monasterios; es el del Renacimiento y el de los siglos posteriores, que llegan a nuestros días. No ha variado mucho. Y volviendo a estos siete pecados y a las siete virtudes, me llama la atención el orden en el que nos los presenta la Iglesia, que supongo que no es casual y que sin duda revela la importancia que a cada uno de ellos les ha dado.
La persona es el centro de nuestro quehacer y preocupación. Todo se hace por las personas y para las personas
Y coloca en primer lugar a la soberbia y en segundo a la avaricia. Las dos enfermedades, en mi opinión, que más afectan a la salud de la empresa. La soberbia impide a los que tienen mando sobre otras personas, escucharlas. No les deja admitir las sugerencias o propuestas; le priva de poder admitir los errores que todo el mundo comete, interesarse por sus sentimientos y por sus problemas o reconocer sus derechos como personas. Según cuenta la Biblia, fue el pecado de los ángeles, que se creyeron que eran como el mismo Dios y éste les castigó, transformando a Luzbel, el del cielo, en Lucifer, el del infierno. Es el pecado que no se perdona. Porque el soberbio no se arrepiente, está en posesión de la verdad. ¿No tiene este hecho simbólico un enorme paralelismo con lo que pasa en muchas organizaciones, en las que no se reconoce la autoridad de quien la tiene, ni se respetan las estructuras organizativas y se está permanentemente en un estado de conspiración encubierta o abierta? Contra la soberbia, humildad. La avaricia ha sido causa de grandes males y lo seguirá siendo. La codicia genera graves problemas; la codicia por los puestos, la desconsideración a los demás es la peor manifestación del egoísmo. La avaricia no es solo de tipo económico, afán de poseer dinero, sin importar el cómo, también lo es la que se refiere al tiempo. La avaricia del tiempo. No dar una parte de nuestro tiempo, no tener tiempo para dedicar a nadie. Crear compartimentos estancos. Estar aislado, cada cual a lo suyo. El síndrome de búscate la vida... y tantos asuntos que empobrecen las relaciones entre las personas. Contra la avaricia, largueza (o generosidad). El resto de los pecados los dejamos para mejor ocasión. Con estos dos tenemos bastante. Que nadie se confunda, esto no pretende ser un sermón, ni mucho menos. Quiere ser una aproximación laica a la aplicación práctica de unos principios morales que forman parte de nuestra cultura judeocristiana, de la cual somos deudores y que han contribuido a la formación de los principios básicos en los que se sustentan los valores de nuestra sociedad. Y de nuestras empresas. Y al final, dando una vuelta por esos vericuetos tan poco transitados, hemos llegado a algo muy parecido a lo que nos cuenta con erudición extrema nuestro querido y admirado Juan Carlos Cubeiro en sus libros, con la regla de las tres haches, que todos tenemos que practicar, tanto en la empresa como fuera de ella: el sentido de la humildad, el sentido de la humanidad, manifestada principalmente en la generosidad, y el sentido del humor. Este último sentido, el del humor, no sé muy bien si hemos de conectarlo con alguna virtud o con algún pecado... ¡Quién sabe!

Aurelio Ulibarri, director de Eurotalent

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