martes, 2 de marzo de 2010

LOS CHICOS DEL CORO

El cine ha sido, y es, una fuente inagotable de relatos que contiene metáforas muy interesantes desde el punto de vista de la empresa y, por supuesto, de la formación. Un ejemplo notable es la producción franco-suiza “Los chicos del coro”, ópera prima del francés Christophe Barratier, que con su gran éxito de crítica y público fue la grata sorpresa de la temporada pasada. Candidata a los Óscar como mejor película extranjera, nos ofrece, a lo largo de sus noventa y cinco minutos, con un guión duro pero esperanzador, multitud de enseñanzas a todos los que nos dedicamos al fascinante mundo de la formación. Veamos algunas. La evolución y cambio de los modelos de formación. La feroz disciplina y dirección represiva del internado – su lema es “acción-reacción” para castigar a los alumnos crea unas relaciones deshumanizadas, presididas por el miedo y la desconfianza, provocando un distanciamiento entre profesores y alumnos, incluso físicamente (comen en mesas separadas); en donde no se dan explicaciones de los porqués ni de los objetivos que se persiguen, con una enseñanza autoritaria, fría, rutinaria y carente de valores. Un ambiente, en suma, en donde es difícil que pueda germinar el talento. Esta situación se ve transformada, poco a poco, por los nuevos modos de Climent Mathieu, el nuevo vigilante quien, con una clara vocación de servicio y orientación al alumno, va generando un clima de confianza y respeto, convirtiendo las aulas en un espacio de reflexión, haciéndoles compartir un objetivo común, cohesionando al grupo, conectando emocionalmente con todos ellos, orientándoles y sintiéndose comprometido con su desarrollo. Finalmente, los métodos represivos y autoritarios del director Rachin provocan su despido y la clausura del internado, certificando el final de un estilo de formación incapaz de adaptarse a la realidad de unos nuevos tiempos que, claramente, demandaban un cambio. Mathieu asume riesgos afrontando con valentía el permanente cuestionamiento de sus métodos y rebelándose contra las injusticias que se cometen con los alumnos. “No me gustan sus modos” le increpa Rachin, director del internado. A pesar de todo ello, no ceja en su empeño de transformar el mundo que le rodea. Transmisión de valores. El profesor aprovecha cualquier ocasión para introducir valores como: tolerancia (no excluye a nadie), humildad (frente a sus propias capacidades asume que es músico fracasado), coherencia (predica con el ejemplo), compañerismo (consigue erradicar la delación), solidaridad, orientación al “cliente” (alumnos), respeto (por los demás y por uno mismo), dignidad (mantiene sus principios ante la dirección y logra recuperar la autoestima de sus alumnos)…

Mantener la calma en situaciones adversas (falta de apoyo de la dirección, escasez de medios, incomprensión de los compañeros, rechazo de los alumnos, la supresión del “experimento” del coro y, finalmente, su previsible despido del internado) es, probablemente, una de las mejores lecciones que nos brinda Mathieu en su sencilla forma de actuar. Ser capaz de aceptar el fracaso cuando llega. A pesar de sus esfuerzos, Mathieu no logra integrar al conflictivo Chabert que, incluso, es expulsado del internado, poniendo de manifiesto la cuota de corresponsabilidad que los alumnos tienen en su formación, así como el papel que ejerce la voluntad en todo proceso de aprendizaje. “Aprende el que quiere, no el que puede…” La importancia de las competencias emocionales en la formación. Mathieu no oculta sus emociones. Es capaz de sentir y manifestar tanto el miedo como la ternura. Mira “con los ojos del corazón” para ver el interior de sus alumnos. Su capacidad de influencia, empatía, comunicación, aprovechamiento de la diversidad, cercanía, la ilusión que transmite, el afecto por sus alumnos es un permanente estímulo y genera un
clima propicio para lograr entusiasmo y compromiso.
Formar, educar, desarrollar. La labor del profesor de música va más allá de enseñar a los chicos, se ocupa de su educación, es decir, “da salida a su talento” (con la música como elemento conductor de los progresos del coro). En este sentido, inspira, potencia, anima y ayuda a todos y cada uno a tomar conciencia de sus posibilidades y capacidades mediante el compromiso y la responsabilidad, creando espacios de libertad que permita a los chavales asumir e interiorizar sus errores y afrontar y resolver sus propios problemas, como medio de crecimiento y desarrollo personal. Ser capaces de trabajar con los medios que tenemos. No siempre podemos disponer de los mejores medios ni de los mejores alumnos. Mathieu es capaz de enfrentarse, con coraje y tenacidad, a esta situación y superarla. Mathieu es innovador, a pesar de encontrarse en un medio hostil y poco favorecedor, es capaz de sorprender y despertar la curiosidad por sus métodos. La creación de un coro, como manera de encauzar la fuerza y rebeldía de los alumnos, le permite, no sin grandes dosis de paciencia, alcanzar un entorno idóneo para el aprendizaje. Es en el trabajo en equipo – el coro – en donde Mathieu nos da otra excelente lección. Ofrece igualdad de oportunidades, busca la complementariedad de todos los componentes, pero no pretende la estandarización de las habilidades o capacidades de cada uno (sólo Morhange tiene la “competencia’ de ser solista aunque, en una emotiva secuencia, le hace ver que nadie es imprescindible), sino que es capaz de ubicar a cada uno en el espacio de su talento haciéndole ver su importancia. La adjudicación del papel de “atril” a un alumno por su dificultad para cantar o el de asistente de dirección al pequeño Pépinot es ejemplar. Es riguroso con la metodología. Disciplinado pero comprensivo. Se centra más en el proceso que en el objetivo final. Jamás ridiculiza ni pone en evidencia a los que tienen menos capacidades. Trata de que disfruten con lo que hacen. Hace gala de una gran flexibilidad, combinando todo tipo de modelos formativos, desde el “coaching” hasta el “entrenamiento” (ensayos), pasando por el juego. La temporalidad de nuestras acciones. Al comienzo y al final de la película unos ya maduros Morhange y Pépinot, el primero de ellos (en un inteligente guiño de los guionistas) convertido en un prestigioso director de orquesta, recuerdan sus años en el internado, con una mirada de cariño y agradecimiento a Mathieu. La semilla que éste sembró en sus alumnos ha fructificado, aunque él ya no verá el resultado de su obra… “Los chicos del coro” es una obra sencilla, emocionante, humana y esperanzadora, magistralmente dirigida, en un ambiente bien recreado, con un elenco notable de intérpretes en donde brilla, con luz propia, Gérard Junot en el papel de Clément Mathieu y con una excelente banda sonora. En resumen, una historia en donde hay unos modelos de formación, una buena música, unos personajes muy humanos y, sobre todo, una lección de entender la vida.
Ángel Gayán Navarro,Jefe de Desarrollo de RRHH de Ibercaja Publicado en Training & Development Digest, en noviembre de 2005

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