lunes, 1 de marzo de 2010

EUROPA ES NUESTRA FORMA DE TALENTO

Por estas “causalidades” (que no casualidades) ingenuamente atribuidas al azar, coinciden este
2005 el cuarto centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y los cien años de la aparición de La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber. Y lo hacen, en mi modesta opinión, para desafiarnos sobre la idea de Europa y su papel en el
mundo de hoy.

Don Quijote es, sin duda alguna, el gran europeo. Nos lo enseñó el maestro Salvador de Madariaga desde su exilio en Argentina, allá por 1925, en el último capítulo de su Guía del lector
del Quijote. En ella nos dice que “hasta el nombre es europeo”. Acabado en ote, como Lanzarote (castellanización de Sir Lancelot, caballero de la Tabla Redonda), de quien se considera sucesor.
Por ello en el texto cervantino se cita: “Nunca fuera caballero/ de damas tan bien servido/ como fuera Lanzarote/ cuando de Bretaña vino”. Madariaga ahondaba en su tesis con las siguientes palabras: “Pese a su intención satírica, la obra maestra de Cervantes se inserta en la corriente
caudalosa de mito y caballería que en la Edad Media baña a la Europa central y occidental como río potente, fecundador de los países que cruza y riega. Por extravagantes que hayan sido sus excesos, fue una corriente civilizadota que propagó el aguante, la abnegación, la caridad, el
respeto a la mujer y, sobre todo, un criterio exigente de buen gusto en cuanto a la conducta personal (...) Don Quijote es siempre modelo de estas virtudes caballerescas, al punto de ganarse el afecto y el respeto aun de los que más se ríen de sus locuras. Y es que, también pese a sus
dislates, Don Quijote logra mantener siempre en vigor ese rasgo típico de Europa: el sentido de la calidad”.

¿Qué rasgos europeos personifica nuestro hidalgo? El señorío natural (hoy lo llamaríamos autoridad moral, ingrediente esencial del liderazgo), mediante el cual, siendo caballero, invita a Sancho a que “comas en mi plato y bebas donde yo bebiere; porque de la caballería andante se
puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala”. Para Don Quijote, la fuente de la nobleza son las obras (Obras son amores y no buenas razones). “El europeo es hombre activo; se modela sobre el héroe y no sobre el santo”, nos recuerda Madariaga. Un
espíritu de acción combinado con el uso de la razón. Vuelvo a citar a Don Salvador: “Uno de los rasgos que hacen tan fascinante la figura de Don Quijote es que, mientras muchas veces es completamente razonable, nunca está completamente loco; y aun en sus momentos más
insensatos siempre le acompaña un ambiente de buen sentido y de concordia”. En numerosas ocasiones, nuestro hidalgo “prueba” a su escudero que “tiene razón” con argumentos impecables. Y le dice: “Entiende con todos tus cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago
e hiciere va muy puesto en razón”. Como buen europeo, Don Quijote defiende ideales erasmistas (“bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerza”): se opone
a la crueldad y a la tortura, lucha contra los molinos de la intolerancia, aborrece el uso de la fuerza (“porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres”). Anticipa el sentido de la vocación (“en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia, no lo
tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso”), propugna que cada uno se exprese en su lengua, se opone frontalmente a la guerra, como se observa en el episodio de los dos rebaños de ovejas y carneros que se acometen cual ejércitos. Nos inspira Madariaga:
“Transfiguración para Don Quijote, sátira para Cervantes; de modo que mientras la locura quijótica transforma carneros en ejércitos, la sátira cervantina hace de los ejércitos carneros”.
Quijote y Sancho defienden la verdad: el caballero, a priori; a posteriori el escudero. “Los dos polos de la verdad que, bajo los nombres de Platón y Aristóteles, han ejercido su influencia sobre el alma de Europa, se enfrentan a través de la novela que viene a ser así como uno de los caminos que Europa ha tomado para el conocimiento de sí misma”.

Dejo para el final el tema más importante porque, según nos enseña Don Salvador, “un esbozo de Don Quijote como europeo no puede dar fin sin citar el más noblemente europeo de sus asertos”.
En la obra cervantina, la pastora Marcela proclama “Yo nací libre” y Sancho, al abandonar voluntariamente el gobierno de su ínsula, exclama: “Abrid camino, señores míos, y dejadme volver
a mi antigua libertad”. Por ello, no es de extrañar que el caballero andante, al reencontrarse con su compañero de aventuras, le dirija (a él y a todos nosotros) las siguientes palabras: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no
pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni que el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”

Tres siglos más tarde, otro compatriota europeo llamado Max Weber (siguiendo el pensamiento de Goethe, admirador de El Quijote) situó la importancia de los valores en su lugar adecuado. En su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo comparó la moral calvinista del sigo XVII con
el espíritu capitalista. Su tesis se opone a la de Karl Marx, que consideraba que los intereses económicos determinaban el curso de la historia y las creencias religiosas (el “opio del pueblo”) eran una mera adormidera. Por el contrario, Weber resume el espíritu del capitalismo en cuatro
puntos: el dinero como valor supremo, el trabajo como medio para adquirirlo (lo que tiende a convertir la actividad laboral en un fin y no en un medio), la racionalidad en la maximización de la obtención de riqueza y la austeridad (usar al mínimo la riqueza acumulada). Todo ello promueve
la acumulación de capital.

La ética protestante, siempre según Max Weber, se define por el ascetismo y el enriquecimiento como señal de predestinación a la salvación eterna. El autor cita un sermón escuchado al
predicador anglicano Richard Baxter: “Si Dios os señala una senda que habrá de proporcionaros más riqueza que la que pudierais conseguir por una senda distinta (sin detrimento de vuestra alma ni la de los demás) y la desecháis para emprender el camino por el que os enriquecerá menos,
ponéis trabas a uno de los propósitos de vuestra vocación y os rehusáis a fungir como administradores de Dios y a recibir sus dones para valeros de ellos en su servicio”. La Reforma
protestante creó una ética del trabajo (en realidad, una moral, porque la ética es universal) en la que se valora el trabajo por sí mismo, y no como medio para obtener resultados. Para demostrar que eran los elegidos, los protestantes (y especialmente los calvinistas) practicaron el comercio y
la acumulación de capital; como ha escrito Francis Fukuyama “el protestantismo exigía a sus creyentes que se comportaran conforme a la moral incluso fuera del ámbito familiar, algo crucial para crear un sistema de confianza social”. Como consecuencia, la ética protestante propicia el
espíritu del capitalismo. Según la doctrina platónica (la de Don Quijote), los ideales son lo más importante; según la aristotélica (la de Sancho Panza), uno debería atesorar la riqueza estrictamente necesaria para vivir bien.

Ni que decir tiene que donde mejor caló este espíritu genuinamente capitalista es al otro lado del Atlántico, entre los emigrantes perseguidos por sus creencias religiosas. Weber escribió que es allí donde “la persecución de la riqueza, despojada de su significado religioso y ético, se asocia a las
pasiones mundanas”.

Sorprende el complejo de inferioridad de la Europa humanista (platónica, aristotélica, erasmista) respecto al modelo de E.E.U.U. Afortunadamente, un intelectual de vanguardia como Jeremy
Rifkin pone las cosas en su lugar en El sueño europeo. Utilizando datos de la Comisión, Rifkin nos recuerda que la Unión Europea, con 455 millones de ciudadanos, supera holgadamente a Estados
Unidos (293 millones). Es el mayor productor de servicios (24% del total mundial), exporta más de lo que importa y cuenta con un PIB de 10’5 millones de dólares (casi el 30% del total mundial). El euro se cambia a 1’30 dólares (la deuda estadounidense es responsable del 44% del aumento de la
divisa europea).

El complejo europeo se fundamenta en una serie de mitos:
1. El tamaño: En ocasiones se compara la economía de Estados Unidos con la de alguno de los países europeos. Craso error: estado por estado, Alemania supera a California, el Reino Unido a Nueva York, Francia a Texas, Italia a Florida, España a Illinois, holanda a Nueva Jersey, Suecia a
Washington, Bélgica a Indiana, Austria a Minnesota, Polonia a Colorado, Dinamarca a Connecticut, Finlandia a Oregón y Grecia a Carolina del Sur. En el contraste más equitativo, Europa cuenta con ventaja.

2. La productividad: Se considera que la economía europea nunca alcanzará la productividad norteamericana. Otro mito. En 1960, Estados Unidos producía el doble de productos por hora que Francia o Gran Bretaña. En 2002, Europa alcanzaba el 97%. En el último cuarto de siglo, el
aumento de productividad en Europa fue del 2’4% frente a un 1’37% de Estados Unidos.

3. La renta per capita: Los ingresos per capita en Europa son el 72% de los de Estados Unidos. Cierto. Pero el 75% de esta diferencia es atribuible a la menor cantidad de horas trabajadas (1.840
al año en Estados Unidos y 1.562 horas en Francia). Se trata de vivir para trabajar o trabajar para vivir (los europeos cuentan entre cuatro y diez semanas de vacaciones al año más que los
estadounidenses). Desgraciadamente, los españoles nos acercamos muy peligrosamente al número de horas trabajadas en Estados Unidos, con una productividad muy pobre por nuestra parte.

4. La creación de empleo: Generalmente se cree que Estados Unidos es una máquina de crear empleo, con una tasa de paro meramente testimonial (4% de la población activa). Sin embargo, en ese dato no se incluyen unos dos millones de personas desanimadas al no encontrar trabajo y
que “salieron” voluntariamente del mercado laboral, así como la población encarcelada, que pasó de medio millón de personas en 1980 a los actuales dos millones de reclusos. Sumados ambos colectivos, el dato real de desempleo es del 9%, similar al europeo. Ya se sabe lo que
decía Disraeli: “Hay las pequeñas mentiras, las grandes mentiras y las estadísticas”.

5. Las empresas admirables: A primera vista, de acuerdo con las revistas especializadas y los libros de management, podemos pensar que las empresas norteamericanas están mucho mejor
gestionadas y gobiernan el mundo. En realidad, de las 150 principales empresas globales, 61 son europeas, 51 son estadouni-denses y 29 asiáticas. Shell y BP se sitúan entre las cinco mayores
petroleras del mundo. Nokia es el primer productor de móviles, por delante de Motorota. Bertelsmann es la mayor editorial del planeta. Ahold es el segundo minorista tras Wal-Mart. De las 20 principales entidades financieras, 14 son europeas (Deutsche Bank, Credit Suisse y BNP Paribas
están entre las cuatro primeras). En ingeniería y construcción, tres de las cinco principales. En reaseguro, ocho de las diez primeras son europeas. En seguros de vida, las cinco primeras: ING, Axa, Aviva, Generalli y Prudential. En alimentación las dos primeras del mundo son Nestlé y
Unilever. Seis de las 11 principales empresas de telecomunicaciones, tres de las seis farmacéuticas y seis de las doce principales empresas de automóviles son de la Unión Europea. De las 50 mejores empresas del mundo (según datos de Global Finance, noviembre de 2002), todas menos una
(Milton) son europeas. Entre ellas, Diageo, L’Oreal, Phillips, Ryanair, SAP o H&M.

Por si todo esto fuera poco, en términos de calidad de vida Jeremy Rifkin nos recuerda que el PIB de Estados Unidos (100.000 M$ menor al de la UE) recoge en mayor medida los gastos militares
(399.000 M$, frente a los 155.000 M$), el derroche de energía (un tercio superior al europeo) y la lucha contra el crimen (147.000 M$ mayor en Estados Unidos).

Cien años después de La ética protestante y el espíritu del capitalismo podemos comprobar a qué ha llevado la idea de predestinación, de salvación a partir del enriquecimiento: el 58% de los estadounidenses cree que la fuerza de su modelo de vida se basa en la fe religiosa de su pueblo;
el 82% considera que Dios es muy importante en su vida; el 60% cree que su cultura es superior a otras y el 79% opina que “es bueno que las ideas y las costumbres americanas se extiendan por el mundo”. Eso sí, sólo un 14% de los universitarios de Estados Unidos son capaces de señalar su país
en un mapamundi. Como el éxito material es requisito para ganarse el cielo, más de la mitad de los estadounidenses menores de 30 años cree que será rico... aunque el 71% de los americanos que poseen un empleo considera que es imposible alcanzar la riqueza a través de él. La forma de
llegar a ser rico es la suerte (gastan 68.000 M$ en juego, más que en libros, cine, música, vídeos o DVDs juntos) o la fama instantánea (se producen más de 170 reality shows al año en sus canales de televisión). Dos de cada tres estadounidenses cree firmemente que la riqueza es cuestión de empuje personal, asunción de riesgos, trabajo e iniciativa. La otra cara de esta moneda de la
predestinación es la desigualdad: Estados Unidos ocupa uno de los últimos lugares (superando sólo a Rusia y México) en desigualdad social. El 17% de los estadounidenses vive bajo el umbral de pobreza (el doble que en Europa). Los ingresos de la parte alta de la escala social son casi seis
veces los de la parte baja (en Europa la proporción es de 3 a 1). El salario mínimo es un tercio del salario medio en los Estados Unidos y más de la mitad en Europa. Según la OCDE, Estados Unidos dedica a la redistribución el 11% de su PIB; la Unión Europea, el 26%. Uno de cada seis
estadounidenses no tiene seguro médico. Estados Unidos es el único país del mundo industrializado que no prevé baja por maternidad (en Europa, naturalmente, la baja retribuida dura entre 3’5 y 6 meses).

A los europeos nos queda un largo camino para integrar la unidad en la diversidad desde Gibraltar hasta los Urales. La Europa de los mercaderes ha avanzado más que la de la cultura. Nuestro porcentaje de investigación y desarrollo en el PIB es del 1’96% frente al 3’12% de Japón.
400.000 europeos licenciados en carreras técnicas y científicos viven en Estados Unidos y tres de cada cuatro estudiantes de la Unión Europea que cursan el doctorado en Estados Unidos
prefieren seguir allí cuando acaben el postgrado. Sin embargo, como puso de manifiesto el anterior Presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, en su obra Una idea de Europa: “Una estéril aplicación de modelos no europeos al mercado del Viejo Continente no sólo sería
culturalmente dudosa, sino que obligaría a las sociedades de este continente a competir en un terreno que no es el propio con empresas mucho más adaptadas a esos modelos”.

Volviendo a Rifkin: “El sueño europeo pone el acento en las relaciones comunitarias más que en el acento individual, en la diversidad cultural más que en la asimilación, en la calidad de vida más
que en la acumulación de riqueza, en el desarrollo sostenible más que en progreso material ilimitado, en la vivencia antes que en el trabajo duro, en los derechos universales y los derechos de
la naturaleza por encima de los derechos de propiedad y en la cooperación global más que en el ejercicio unilateral del poder”. Valores profundos sobre los que asentar un proyecto de futuro. Don Quijote cabalga de nuevo.

El modelo europeo de vocación humanista se centra en las claves siguientes:

1. La vida como obra de arte. Así se llama una de las mejores biografías de Thomas Mann (otro admirador de El Quijote). “Los estadounidenses lamentamos a menudo que seamos incapaces de
disfrutar de una calidad de vida comparable a la de nuestros homólogos europeos. Nunca la tendremos mientras la eficiencia siga siendo nuestro principal instrumento para organizar nuestras
relaciones espaciales y temporales” (Jeremy Rifkin).

2. La experiencia vital, lo intangible, más allá del dinero. Frente al estilo de vida centrado en el dinero, que busca la seguridad personal que va asociada a la propiedad, el talento europeo
considera que las posesiones pueden terminar poseyéndonos a nosotros mismos si la obsesión por la acumulación de riquezas se convierte en una patología.

3. La necesidad de diálogos. Los grandes textos humanistas (Elogio de la locura, Utopía, las obras de Alonso de Valdés -entre ellas, el Lazarillo-, El Quijote) se estructuran de forma dialogada. La cooperación, el consenso, la interacción permanente frente al interés individual y las
transacciones simples propias del capitalismo salvaje.

4. Un modelo propio de desarrollo. No es otro que el “enseñar divirtiendo” de Erasmo o el “Poned la virtud en primer lugar, el conocimiento en segundo” de Tomás Moro. La Unión Europea no es
tanto un lugar como un proceso, según nos ha enseñado el sociólogo Ulrich Beck. Los derechos humanos son el alma de la Constitución Europea y, en este sentido, aplicamos lo que predicamos, porque más de la mitad de la ayuda al desarrollo en el mundo procede de este continente (un
tercio, de los Estados Unidos).
5. El equilibrio entre razón y emociones. “Los hombres están unidos con mayor fuerza por la buena voluntad que por los tratados y más por los sentimientos que por las palabras”, escribió Tomás Moro en su Utopía.

6. El cultivo de la virtud interior. Los humanistas del siglo XVI, como los actuales, consideraban que “nada hay más sublime que la humilde modestia”. Son las creencias llevadas a los hábitos cotidianos, y no el cumplimiento de ciertos rituales, las que marcan la diferencia.
7. El contacto con la naturaleza. Es el compromiso decidido con el desarrollo sostenible, porque “la naturaleza prescribe una vida agradable, es decir, de placer, como finalidad de nuestras
acciones” (Tomás Moro).

8. La búsqueda permanente de la paz. Nos lo enseñó Erasmo: “La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”. Son objetivos de la Constitución Europea que los españoles ya hemos
sancionado “promover la paz, combatir la exclusión y la discriminación social (...) promover la justicia y la protección social, la igualdad entre hombres y mujeres, la solidaridad entre
generaciones y la protección de los derechos entre los niños”. En todos los países de la Unión nadie podrá ser condenado a la pena de muerte ni ejecutado (en Estados Unidos, dos de cada tres personas no se opone a la pena capital). A lo largo del último medio siglo, los ejércitos de la
Unión Europea aportaron el 80% de las fuerzas de ayuda humanitaria y el 70% de los fondos de reconstrucción.

9. La importancia de la libertad. Tomás Moro advirtió respecto a la reforma protestante que “la negación luterana del libre albedrío conducirá a todo el mundo a la vida más miserable posible”.
Ser libre es poder decidir, tomar la iniciativa, marcar la pauta, no ser un juguete en manos del destino.

10. El imperativo de la ética. En su Educación del Príncipe cristiano Erasmo aleccionó a los gobernantes a “aventajar a los demás en integridad y prudencia”. La ética no es opcional. Es el
mejor modo de vivir.

11. La voluntad de servicio. Según una investigación de la Comisión Europea en 2002, los valores predominantes de los europeos son ayudar a los demás (para un 95% de los ciudadanos), valorar
a las personas por lo que son (92%), crear una sociedad mejor (84%) y el desarrollo personal (79%). El último de los ocho valores es el éxito económico.

¿Qué tenemos que ver las organizaciones empresariales en todo esto? ¿No es el cultivo de la idea de Europa tarea de políticos y funcionarios? El Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Anan,
señaló hace pocos años que “nadie mejor que los grandes empresarios para echar por tierra los argumentos de los grandes avaros. Necesitamos empresarios que contribuyan a movilizar la
ciencia y la tecnología para afrontar las crisis producidas por el hambre, la enfermedad, la degradación ambiental y las guerras”. Mi admirado José Antonio Marina, humanista confeso,
citaba hace algunas fechas (El Mundo, 20 de marzo de 2005) a Kevin Roberts, primer ejecutivo de Saatchi & Saatchi: “Son las empresas y no los gobiernos los que pueden dar esperanza a los 2.300 millones de personas que viven con menos de un dólar al día”. Contraponía esta opinión a la de
The Economist, valedor de ese espíritu capitalista que insiste en que la única responsabilidad de la empresa es ganar dinero. El profesor Marina considera que las empresas tienen los mismos deberes que las personas físicas: “deberes de compasión, de lucha contra el dolor, de ayuda a los débiles,
de defensa de la dignidad, de fomento de la justicia”. Y subraya: “Estamos metidos en un proyecto de humanización de la especie humana, y quien no colabora, lo entorpece”. Cervantes estaría orgulloso de estas palabras y de que el 92% de los líderes europeos considere que en el
futuro nos identificaremos como europeos más que como nacionales (World Economic Forum, 2002).

Sin duda, Max Weber estaba en lo cierto: las creencias, como fundamento de una cultura, determinan un sistema económico. Tras casi 500 años de desplazamiento progresivo, el pensamiento europeo, heredero de Platón y Aristóteles, de los pensadores del XVI (Erasmo, Tomás
Moro, Luis Vives, Alonso de Valdés), de El Quijote, de la Ilustración y la Revolución francesa, del Romanticismo o de Salvador de Madariaga, es nuestra forma de talento para liderar este proyecto de humanización.

Juan Carlos Cubeiro, director de eurotalent Publicado en Dirección y Progreso nº 200, marzo/abril de 2005

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