lunes, 1 de marzo de 2010

EL LENGUAJE DEL OPTIMISMO

Optimismo significa, en pura dogmática filosófica, la atribución del universo por las cosas bien hechas que tienden a la perfección y al orden vital. La etnología recoge el término como equilibrio, primero de los órganos del ser humano y luego de la relación del hombre con su mundo exterior. Casi todos los diccionarios lo interpretan de una forma más popular identificándolo con estados de alegría, propensión a la felicidad y euforia, incluso por encima de las desagracias y penalidades de todos los días. Para mí el optimismo, sentido en el espacio de mi trabajo, es un lenguaje de esperanza que infunde ánimos, cohesiona actividades, predispone a la acción, celebra el éxito y anima constantemente hacia los resultados. “Las mejores cosas en las empresas están hechas por personas que practican el optimismo como una terapia estratégica” (Hiam Mendelson). A ellas les interesa “conseguir en cada proceso un pequeño avance para terminar el día habiendo alcanzado un gran objetivo” (del maestro Drucker). Ser optimista en el trabajo es uno de los retos más complejos de las personas con talento, y es complejo porque tiene que enfrentarse a sus conocimientos, responsabilidades y actitudes y porque han de vencer a cada instante los abundantes gnomos del desánimo, la dificultad, los estados del espíritu, los errores y muchas cosas más, pero sobre todo a los otros, a todos aquellos jefes o compañeros que no facilitan, no comparten, no saben o no pueden ser optimistas también. Para Ziegler, en la empresa inteligente todas sus personas son optimistas y todas tienen talento, cada individuo se convertirá en un emprendedor y la empresa será en realidad una red de empresas individuales que trabajan conjuntamente para conseguir un objetivo común. La realidad nos muestra que el optimismo está muy ligado al éxito, pero también nos advierte que son dos variables independientes. Sin embargo, podemos establecer algunas correlaciones: a) Las personas optimistas están siempre más enfocadas a la acción y a corregir las deficiencias de la acción. b) El ánimo impulsa a buscar, encontrar y aliar a otras personas en el empeño. c) La acción conjunta mejora los posibles resultados. d) Transmitir optimistamente la posibilidad real de un final feliz emociona y revitaliza. e) Una actividad bien ejecutada formal y materialmente suele resultar exitosa. Optimismo, esfuerzo, oportunidad, prudencia, sabiduría y voluntad eran los seis atributos que el filósofo alemán Schiller exigía para que el hombre pudiera llegar a realizar algo grande. Los gurús del management de finales del XX agregaron otros cuatro principios para que las personas pudieran realizar algo grande: visión estratégica, (incluso algo visionaria), objetivos claros (comunicados y compartidos), organización adecuada (sobre todo en lo referente a medios y procesos) y equipo profesional (comprometido, compatible y responsable). Los seis atributos de Schiller tenían, por supuesto, que darse por añadidura. La empresa tiene una alta responsabilidad con el optimismo de sus personas. Las empresas opacas, las que obtienen malos resultados, aquellas que son gestionadas por líderes tóxicos, las organizaciones tontas, los tontos en las organizaciones, los estados de fusión, confusión y transformación o todas aquellas que se encuentran en situaciones de grave laxitud organizativa nunca van a gestionar el optimismo. Sus personas optimitas se desvincularán, alguna otra caerá en el pasotismo depresivo y el talento correrá hacia el sumidero. En estos estados es más fácil empezar de cero que tratar de enderezar lo que ya está torcido. En la otra cara de la moneda se encuentra el optimismo sin fundamento, ejercido por aquellas personas que son optimistas por ser algo, que confunden el optimismo con la falsa risa y la falsa alegría, que sólo demuestran superficialidad o falta de criterio. “Fui por la vida riendo alegremente sin darme cuenta de que debía reír conscientemente”, (Víctor Hugo a través de Favorita en Los Miserables). Algunos emprendedores me han sorprendido al hablar de su éxito incorporando el optimismo como su mejor valor. Así, Luis Marino López resume la clave de su proceso empresarial con la siguiente frase: “Si te caes siete veces, levántate ocho”. John Lennon sentenció “Sólo si piensas en positivo te pueden salir las cosas bien”. Ulises Rosales, ministro del Azúcar de Cuba, repetía con frecuencia que “si el azúcar se toma sin el optimismo de los cubanos pierde su sabor y su valor”. Y así mil citas. El optimismo trasciende la persona en un doble lenguaje: conceptual y formal. Sobrepasa las relaciones internas de la empresa, se extiende a las relaciones con proveedores y clientes, a las relaciones con los diversos entornos empresariales, y, en muchas ocasiones, surge como un estado contagioso que bien administrado se convierte en un tesoro. El verdadero tesoro de los optimistas se concreta, según Luis Notes (IBM), en cuatro actitudes sobresalientes: Escuchan más y mejor, sobre todo a los clientes, y obtienen de ellos un valor insustituible. Transmiten y comparten más y mejor, así forman equipo, impulsan la motivación y crean marca. Toman decisiones y saben asumir riesgos más y mejor, con ello generan una gran capacidad de desarrollo y de creatividad. Aceptan más y mejor porque son capaces de levantarse y actuar de nuevo. Si las empresas cuentan con personas optimistas tienen un gran tesoro que administrar.


“Las mejores cosas en las empresas están hechas por personas que practican el optimismo como una terapia estratégica” Hiam Mendelson
Fernando Bayón, director de Eurotalent

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