lunes, 1 de marzo de 2010

POR JÚPITER, ¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?

Escribo esta columna cuando aún no sé qué pasará con el asunto de las caricaturas de Mahoma: quizá el asunto de las viñetas se desinfle, o a lo mejor suceden otros hechos inquietantes. Pero creo que, por lo menos en línea de principio, son posibles ya algunas reflexiones sobre lo sucedido. Aclaremos enseguida que, si por cuatro viñetas aparecidas en un periódico danés, unos exaltados intentan incendiar incluso la embajada de Chile, son ellos los que no tienen razón alguna. Claro que será oportuno preguntarse: ¿quiénes son ellos? Dicho esto, toda esa serie de heroicos llamamientos a la libertad de prensa y la carrera para publicar las viñetas (feas, además) me han parecido excesivas. ¿Es lícito que yo vaya por esos mundos profiriendo “me cago en Júpiter” o “tu puta Venus”? Si a mí me gusta, es lícito porque ya no hay paganos sueltos y no ofendo la sensibilidad de nadie (aunque un amigo docto me ha sugerido que ofendería la de Roberto Calaos y algunos clasicistas). En cambio, aunque yo fuera el ateo más radical, el más feroz de los anticlericales y por ende masón, ¿sería lícito que fuera por ahí imprecando contra el Dios de Israel, la beatísima Virgen y todos los santos? Depende de las leyes del país en que me encontrara, pero, en cualquier caso, sería un maleducado, vulgar y prepotente porque ofendería la sensibilidad de muchas personas que me estarían escuchando, para las cuales estas cosas son sagradas. Si tengo que portarme bien con la Virgen María, debería hacer lo mismo con Mahoma; y, si optara por hacer una diferencia, sería porque yo (como muchos otros) sería un ateo que cree más en la Virgen que en Mahoma. Esto con independencia de lo políticamente correcto, por lo que (sugieren algunos), si digo “discapacitado” en lugar de “disminuido” porque los discapacitados así lo prefieren, no debería decir Mahoma sino Muhammad; la denominación del profeta atañe a las leyes lingüísticas, que son lo que son y, si yo digo Londres en vez de London, ningún inglés tiene derecho a ofenderse, así como no me ofendo yo si dicen Florence en lugar de Firenze. Lo malo es que me he enterado de que las viñetas de marras habían aparecido en un periódico de derechas, por lo que no veo por qué hay que pedirles a unos racistas el respeto por las diferencias culturales. Salvo que esta hermosa reflexión tendrían que habérsela planteado también los que han empujado en algunos países a algunos centenares de fanáticos a incendiar consulados y embajadas. Precisamente, ¿quiénes son esos? Parece ser que en Copenhague unos skinheads se habían propuesto quemar el Corán en público: si por casualidad la policía no la hubiera evitado, ¿algún musulmán sensato habría podido tomar a esos degenerados por la opinión pública europea? Y entonces preguntémonos si los que están incendiando consulados representan a la opinión pública musulmana. Hagamos un esfuerzo de imaginación. ¿A estos incendiarios les han escandalizado realmente las viñetas? No, porque si el precepto de no representar figuras humanas e
incluso de exhibirlas (que, entre otras cosas, es una trola porque encontramos a Muhammad en muchísimas y bellísimas miniaturas) tuviera algún valor, ningún fundamentalista musulmán habrá sido tan inmoral como para mostrárselas, tal y como un sacerdote católico no enseña en la iglesia fotografías de mujeres desnudas para exhortar a los fieles que no compren Playboy. Y, por tanto, no se ve por qué los exaltados se han exaltado. La verdad es que éstos, sabiendo muy poco sobre las viñetas, han sido empujados por los que tienen la posibilidad de agitar a los grupos extremistas, y han armado la que han armado a la carta. Así pues, parece ser que esta amenaza de guerra total entre Oriente y Occidente comprende, por una parte, a algunas escenas de fascistas daneses (con algún seguidor de partidos ultranacionalistas europeos, que no pueden resistirse a semejante tentación) y, por la otra, a algunos centenares de extremistas musulmanes. Lo que ha pasado hasta ahora ha sido grave (y quizá se anuncian hechos más dramáticos, a partir de ahora: mientras escribo, leo que en Turquía han matado a un sacerdote católico en nombre de Alá). Ahora bien, ¿no estamos haciendo de todo también nosotros para que se vuelvan aún más graves, dramatizándolos excesivamente, sin intentar aclarar, en cambio, qué es lo que está pasando realmente, cuál es su efectiva proporción y quién está detrás de todo esto? Existen, ya se sabe, profecías que se autodeterminan y, si se llama a la guerra de religión (bien lo sabían Pedro de Amiens y Bernardo de Claraval), la guerra de religión estalla de verdad y se producen las Cruzadas. Cuando se pone en marcha una cruzada, nunca se sabe muy bien quiénes se apuntan al grupo de los que de verdad creen, y precisamente la historia de las Cruzadas nos dice que detrás de los caballeros había bandas de desesperados como los Tafures, que se aprovechan para saquear todas las aldeas a lo largo del camino y para cargarse unos cuantos judíos. Y todo ello antes aun de haber llegado a ver un solo sarraceno. Esto no significa que haya que tomarse la situación a la ligera, sino que hay que hacer lo posible para identificar a los verdaderos responsables de los desórdenes y no combatir el fundamentalismo con el fundamentalismo. Umberto Eco Publicado en El Mundo el 17 de Febrero 2006

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