miércoles, 3 de marzo de 2010

“LUGARES COMUNES” EL CINE COMO METÁFORA

El pasado verano nos sorprendió la triste noticia del repentino fallecimiento del cineasta argentino Fabián Bielinsky. El realizador, de 47 años, sufrió un ataque al corazón mientras se encontraba en Brasil, días después de la entrega de los Cóndor de Plata, equivalentes a los Goya del cine español, en la que obtuvo seis premios por su última película “El aura”, entre ellos el de mejor director y mejor película. Bielinsky, con su película “Nueve reinas”, fue precursor del boom experimentado por el nuevo cine argentino a cuyo descubrimiento contribuyó, definitivamente, la película “El hijo de la novia” de Juan José Campanella que gozó, como la anterior, de un gran éxito de público y taquilla en España. Ambas películas se vieron favorecidas por el indiscutible arte interpretativo de Ricardo Darín, que ha hecho de él una estrella para el público español. Este nuevo cine argentino se caracteriza, en general, por ser un cine honesto, de bajo presupuesto, alejado de las grandes superproducciones norteamericanas, con guiones que han abordado la situación más reciente del país desde diversos puntos de vista: político (transición, revisión del proceso militar, descomposición del Estado, corrupción…), económico (devaluación, penuria económica, permanente situación de crisis en el país…) y social (exilios, regresos, paro, crisis de valores, falta de confianza en la instituciones, desencanto…). Con este telón de fondo, un puñado de excelentes directores, como Bielinsky, nos han brindado una lista de títulos entre los que podemos destacar, con el riesgo de olvidarme de alguno, Juan José Campanella (“El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia”), Marcelo Piñeyro (“Cenizas del paraíso”, “Plata quemada”, “Kamchatka”), Jorge Gaggero (“Señora Beba”), Carlos Sorin (“Historias mínimas”), Eduardo Mignona (“Cleopatra”, “El viento”), Adolfo Aristaráin (“Un lugar en el mundo”, “Lugares comunes”), Tristán Bauer (“Iluminados por el fuego”), Juan Taratuto (“No sos vos, soy yo”) que nos han permitido examinar la realidad actual (a este respecto, es impagable el testimonio del documental “Memoria del saqueo” de Fernando E. Solanas), poniendo en evidencia pautas ideológicas, sociales, valores y creencias de la sociedad argentina. Woody Allen sostiene que “sólo perduran las historias humanas” y probablemente las historias que nos cuentan estas películas son su mayor mérito: nos atrapan, precisamente, por sernos cercanas, por identificarnos, de alguna manera, con sus personajes, reales, de carne y hueso, lejos de los estereotipos con que nos tiranizan muchos de los ¿modelos? actuales. A tal fin contribuye ese don especial que tienen para la interpretación los actores argentinos capaces de transformar la menos valiosa de sus películas. Sus interpretaciones nos fascinan, emocionan y nos hacen sentir, en nuestra propia carne, ese sentimiento de lucha permanente y diaria por encontrarnos a nosotros mismos, de hallar espacios de libertad, de la búsqueda constante de significados y de otros seres humanos con los que encontrarse (Víctor E. Frankl), en definitiva, de encontrar “un lugar en el mundo”. La ganadora de los premios Goya de guión e interpretación del 2002 fue “Lugares comunes”, de Adolfo Aristaraín, un drama realista y emotivo en el que, a pesar del título, hallamos pocos tópicos. La película trata sobre un catedrático de Literatura en Buenos Aires (magistralmente interpretado por Federico Luppi) que es “invitado” a prejubilarse, lo que hace que su vida cambie radicalmente; precariedad económica, difícil adaptación a otro tipo de actividad, sensación de inutilidad y, como fondo, la crisis del país. La película nos permite ahondar en muchas de sus propuestas: las consecuencias de las prejubilaciones, la lucidez como ideal autodestructivo, la renuncia a la vocación por la comodidad o el amor como único alivio al dolor y la amargura de la pérdida de toda esperanza. Sin embargo, centraremos nuestra reflexión en esos breves minutos en los que este veterano profesor dicta su última clase y se despide de sus alumnos. Su explicación es de tal profundidad y belleza que la transcribo entera:
Enseñar quiere decir mostrar, mostrar no es adoctrinar; es dar información, pero dando y enseñando también el método para entender, analizar, razonar y cuestionar esa información… No enseñar a los alumnos a aprender de memoria, eso no sirve. Lo que se impone por la fuerza es rechazado y en poco tiempo se olvida… Ponerse como meta enseñar a pensar, que duden, que se hagan preguntas. No valoren a los alumnos por sus respuestas, las respuestas no son la verdad. Buscar una verdad que siempre será relativa. Las mejores preguntas son las que se vienen repitiendo desde los filósofos griegos, muchas son ya lugares comunes pero no pierden vigencia: qué, cómo, dónde, cuándo, por qué… Si la meta es el camino, como respuesta no nos sirve, ya que describe la tragedia de la vida, pero no la explica… Hay una misión o un mandato que hay que cumplir y que nadie les ha encomendado pero, como “maestros”, espero que se impongan a sí mismos: despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez, sin límites, sin piedad…
En estas palabras podemos encontrar algunas ideas aplicables, en nuestro quehacer diario, por todos los que nos ocupamos del desarrollo y formación de las personas:
Cuestionarnos ,  con valentía, algunos métodos o modas actuales de formación y profundizar en los modelos que giran alrededor del aprendizaje del alumno, del
trabajo en grupo, de prácticas, del uso de las nuevas y futuras tecnologías. Se pone de manifiesto, una vez más, la voluntariedad de la formación y que la
responsabilidad del desarrollo personal es indelegable y exige un alto nivel de automotivación y orientación al logro.
Las aulas deben ser espacios de reflexión en donde, libremente, aflore el talento.
La figura del formador es determinante ya que hablamos de educación, es decir, formación en auténticos valores humanos y de convivencia social y empresarial, más allá de la necesaria capacitación para desempeñar con eficacia y eficiencia una tarea.
Recobrar la importancia de  enseñar a pensar, despertar la curiosidad, del impacto de las emociones, permitir la equivocación (no hay mejor formación que el error bien aprendido), desaprender, reaprender, potenciar un desempeño superior que favorezca la empleabilidad y el desarrollo interno, compartir los conocimientos, vivenciar los cambios y favorecer la transmisión de la cultura financiera que, en gran parte, se nutre de los grandes principios de la vida: sentido común, humildad, disciplina, serenidad, criterio y mucha prudencia…
Y esta tarea no es nada fácil en una sociedad perezosa en donde todo se pretende conseguir de inmediato y sin esfuerzo. Nos va a exigir trabajar con las nuevas, y no tan nuevas, incorporaciones, en cambiar unas actitudes que, en muchos casos, ni la
familia, escuela o Universidad ha conseguido encauzar adecuadamente , facilitando el despertar a esa “lucidez” que les haga ver que la experiencia y el “oficio” se
consiguen con trabajo, aprendizaje y con el paso del tiempo y para ello es imprescindible el  compromiso. 
En este contexto, la figura del formador va a ser determinante ya que hablamos de 
educación, es decir, formación en auténticos valores humanos y de convivencia social y empresarial, más allá de la necesaria capacitación para desempeñar con eficacia y eficiencia una tarea.
Si asumimos el testimonio del viejo profesor estamos aceptando un gran reto que encuentra su mejor expresión en las palabras que, en una reciente entrevista, manifestaba el actor emblemático del cine argentino, ya mencionado, Ricardo Darín:
“Me da temor vivir toda una vida sin hacer nada para variar el rumbo de las cosas…” FICHA TÉCNICA Título: “Lugares comunes”
Director: Adolfo Aristaráin
Año: 2002
Países: España y Argentina
Intérpretes: Federico Luppi, Mercedes Sampietro, Arturo Puig, Pablo Rago, Yael Barnatán, Carlos Santamaría, Valentina Bassi, María Fiorentino, Claudio Rissi
Género: Drama
Sinopsis:  Fernando Robles es porteño, ya ha cumplido los sesenta y es profesor de Pedagogía en la universidad. Enseña a enseñar. Lleva toda la vida casado con Liliana Rovira, española, hija de catalanes, que trabaja como asistente social en barrios marginales de Buenos Aires. Se quieren, se respetan, son leales. Nunca se aburren estando juntos, les gusta estar solos. Se conocen profundamente, se aceptan, se pelean sin odio, se divierten. Son amantes, socios, amigos, cómplices. Ninguno de ellos concibe la vida sin el otro. Tienen un hijo, Pedro, casado y con dos hijos, que tiene un buen trabajo en Madrid, donde vive en una urbanización de clase media acomodada. Fernando y Liliana sobrellevan con esfuerzo y resignación las ausencias, las privaciones, la incertidumbre del futuro, la falta de proyectos, la desesperanza. Pero el mundo plácido y reflexivo de Fernando se ve profundamente alterado cuando recibe sin previo aviso la comunicación oficial en la que le informan de su jubilación forzosa, un hecho que va a cambiarle la vida…
Angel Gayán Navarro, Jefe de Desarrollo de RR HH de Ibercaja Publicado en: http://www.gref.org/nuevo/articulos/231106.pdf

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