lunes, 1 de marzo de 2010

EL CAMBIO DE PARADIGMA

Asistimos en los inicios de este 2006 a un cambio de paradigma tal como lo definiera Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas: como un modelo o patrón aceptado. Si hacemos caso de mentes tan despiertas (y tan a la última) como el japonés Kenichi Ohmae, el norteamericano Thomas Friedman, el francés Alain Touraine o nuestro compatriota Vicente Verdú, éste es el año del cambio en nuestros modelos de pensar o sentir, y no porque se inicie algo diferente, sino porque se consolida un nuevo esquema mental. Citando a Leonardo Da Vinci (que vivió algo similar en los inicios del siglo XVI): “No estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época”.

Kenichi Ohmae, uno de los principales estrategas del mundo de los negocios (fue el más famoso socio de McKinsey en Extremo Oriente y autor de libros tan importantes como El poder de la triada
o La mente del estratega), nos advierte en su última obra, El próximo escenario global, de que “tiempos diferentes exigen un nuevo guión”. El argumento (debidamente demostrado) es que vivimos en un mundo verdaderamente entrelazado e interdependiente, unidos por una economía global. Este escenario es radicalmente diferente del que podemos imaginar, fruto del pasado. Un ejemplo: el espectáculo Riverdance, que nació en un intermedio del Festival de Eurovisión de 1994 en Dublín. En apenas diez años ha vivido un éxito global, en el Madison Square Garden de Nueva York, en el estadio de Wembley en Londres, en la Plaza Tiananmen de Pekín, en Malasia, en Hong- Kong, en Japón... Un fenómeno tan político como cultural. Para Ohmae, la economía global comenzó en 1985, el anno domini, de forma que este pensador asiático utiliza (“de una manera desenfadada y festiva”) el sistema de fechas a. de G. y después de G. (antes de Gates y después de Gates). Ese año la URSS tuvo un nuevo secretario general: Mijail Gorbachov. El G-5 se reunió en Nueva York y firmó el Acuerdo Plaza, que flexibilizaba el tipo de cambio. El senado estadounidense firmó la Ley Gramm-Rudham contra el déficit presupuestario. Y un chaval de 30 años (hoy convertido por la revista Time, junto con su esposa y el músico Bono, en “benefactor de la humanidad”) lanzaba el Windows, un revolucionario sistema operativo (un año antes, el mítico
1984, se habían fundado Dell y Cisco). De la conjunción ideológica, económica, fiscal y tecnológica surge un nuevo escenario. Para nosotros, la fecha sin duda sería el 1 de enero de 1986, cuando España se incorporó a la (entonces llamada) Comunidad Económica Europea. Con ello acabó lo que Ortega y Gasset llamó “nuestra tibetización”, iniciada con Felipe II. En estos 20 años, nuestro país ha mejorado 20 puntos, uno por año, hasta situarse en el 90% de la renta media de la Europa de los quince. La Unión Europea es una realidad tal, que el 90% de la inversión que recibe España es del exterior, el 87% de los turistas, el 74% de las exportaciones y el 66% de las importaciones proviene de sus vecinos comunitarios. Y todo ello, con el euro como moneda aglutinadora. Como consecuencia, la reducción del desempleo, el desarrollo de las infraestructuras, la estabilidad de precios, el equilibrio presupuestario y el crecimiento de las grandes empresas (el principal banco, la segunda empresa de telecomunicaciones y cuatro de las cinco mayores constructoras de la zona euro son españolas). En dos décadas, la inflación ha pasado del 8’8% al 3’4%; el crecimiento del PIB ha pasado del 2’5% al 3’5%; los más de 3 millones de parados han quedado en menos de la mitad (y los ocupados han crecido en un 80%); la construcción ha multiplicado por tres el número de nuevas viviendas anuales y la inversión ha hecho otro tanto. Con todo, lo más importante ha sido el cambio de mentalidad. ¿Por qué se necesitan nada menos que 20 años para dominar el nuevo sistema? Si acudimos a Howard Gardner, el experto en educación de Harvard, son precisamente 20 años de trabajo constante lo que convirtió a genios como Picasso, Stravinsky, Martha Graham, Gandhi, T.S. Elliot, Freud o Einstein en lo que fueron. ¿20 años no es nada? Todo lo contrario: es la diferencia entre la improvisación y la maestría. Porque el talento, como la naturaleza, no conoce atajos. El milagro económico español es espectacular, pero Ohmae se fija en otros: Irlanda, Nueva Zelanda, Finlandia, China... países que se están beneficiando aún más de la economía global. Una economía en la que el aprendizaje es lo más importante, que no tiene fronteras gracias a las 4C (comunicaciones, capital, corporaciones y consumidores), que es invisible, que está cibernéticamente conectada y se mide en múltiplos. Bien, pero ¿en qué consiste el nuevo paradigma económico? Kenichi Ohmae nos aporta las claves: 1. Quizá por primera vez en la historia de la humanidad, la prosperidad y la riqueza no dependen de la riqueza existente. Pensemos en Irlanda, Finlandia o en varias regiones de China. “Las regiones-Estado que prosperan no poseen recursos naturales”, explica este gurú. Pero sí saben atraer talento, podemos añadir. 2. El mundo tiene exceso de capital. Las regiones que merecen consideración son objeto de inversiones masivas. 3. La extensión ya no cuenta. Uno puede ser un jugador global sin apenas mercado interno. Son “plataformas para el progreso” en este nuevo escenario la tecnología, el idioma o la moneda (el dólar, por ejemplo). Pero hay otras: la importancia de la marca (de las 100 primeras marcas del mundo, 62 son estadounidenses, 9 son europeas, ninguna española), los medios de pago electrónico, una cierta cultura de negocios. Aspectos en los que nuestro país ha de avanzar con el mismo espíritu con el que nos adentramos en la CEE hace 20 años. El mundo internet. Ohmae nos propone tres teoremas: 1. Los ciberitas (ciber-tribu) que utilizan internet durante un mínimo de cinco años tienden a pensar, actuar y comportarse de manera similar. 2. (Edad – 10) / 10 es el número de años que tarda un ciudadano en convertirse en ciberita. Un joven de 20 años tarda uno, un señor de 50, cuatro. 3. Los ciberitas son consumidores emprendedores. ¿Qué debe hacer el gobierno (estatal, regional, municipal)? Atender a tres niveles: tecnológico, de personas, organizativo. Son las famosas tres T del Profesor Richard Florida para la atracción y desarrollo de la clase creativa (el servicio ya no es lo que era). Recordemos el actual lema de la Consejería de Industria, Empleo y Desarrollo Tecnológico del Gobierno de Cantabria: “Talento más Tecnología más Tolerancia es Futuro”. Ohmae concluye que el éxito en la nueva economía global dependerá de “un buen liderazgo”, dotado de visión, valentía, pasión por la tecnología, capacidad de crear equipos, flexibilidad, innovación. El ejemplo está en regiones-Estado como las mencionadas y como Bangalore o Hyderabad en la India, la isla de Hainan en China, Petropavlosk-Kamchtsily (Kamchatka) en Rusia,
De la conjunción ideológica, económica, fiscal y tecnológica surge un nuevo escenario. Vancouver y la Columbia Británica en Canadá, Estonia, Ciudad de Ho Chi Mihn en Vietnam, Sao Paulo en Brasil o Kyushu en Japón. ¿Formará parte alguna de nuestras comunidades autónomas de este selecto club en los próximos años? Desde el otro lado del Océano Pacífico, Thomas Friedman, periodista del New York Times y tres veces premio Pulitzer (el más influyente columnista de su país desde Walter Lippmann), apunta en el voluminoso El mundo es plano que en la medida en que las fuerzas políticas y tecnológicas convergen, han producido un nuevo campo de juego conectado a la red en el que el espacio y el tiempo sencillamente no existen. Friedman ha pasado de su teoría de McDonald’s sobre la prevención de conflictos (dos países que poseen restaurantes de esta cadena de comida rápida nunca entrarán en guerra) a la teoría Dell de prevención de conflictos (dos naciones que cuentan con esa cadena de aprovisionamiento jamás se declararán la guerra uno al otro). Para este periodista norteamericano, las diez palancas para achatar el planeta son la caída del muro de Berlín (9/XI/1989), la salida a bolsa de Netscape (9/VIII/1995), el “work flow software” (contactar con los empleados por lejos que estén), el “open-sourcing” (comunidades autoorganizadas, à la Linux), el “off-shoring” (que ha permitido el auge de China), el “suply-chaining” (véase Wal-Mart), el “insourcing” (los gigantes de la logística toman el control de los procesos; véase UPS o FedEx), el “in-forming” (véase Google) y el “wireless” (la conexión sin cables en cualquier parte). El sociólogo francés Alain Touraine da una vuelta de tuerca a este nuevo paradigma cuando proclama en su último libro, El cambio de paradigma. Cómo comprender el mundo de hoy, que “el mundo no se puede entender en términos sociales sino culturales. Con la globalización la economía se desvincula de la política y de la sociedad. “Hemos pasado de una sociedad de lugares a una de flujos, con movilidad, inmigración, encuentro y choue de culturas”. Touraine nos cuenta que los derechos primero fueron políticos, luego sociales y ahora culturales. En los parlamentos se debaten temas más culturales que sociales, como la eutanasia o los matrimonios entre homosexuales. A sus ochenta años, monsieur Touraine considera que “el modelo europeo de concentrar los recursos de todo tipo en manos de una élite masculina no está siendo reemplazado por una élite femenina, sino por un esfuerzo por parte de la mujer de reconstruir un mundo de experiencia personal y colectiva. No tienen las armas, pero ya tienen la palabra. Son las creadoras de una nueva cultura”. Touraine proclama el fin de lo social y el triunfo del individuo y de sus derechos culturales, porque “el individuo en nombre de quien procuramos establecer reglas de vida personal y colectiva es un individuo político, social y cultural concreto, de suerte que puede constituir (y de hecho constituye) el único principio de definición, no ya de los valores sino de los derechos a partir de los que se definen los límites de lo justo y lo aceptable. Después de haber corrido tras estrellas lejanas (…), del paraíso a la sociedad sin clases o de la abundancia, nos hemos instalado ahora en un pensamiento fuerte y en categorías de análisis y acción derivadas todas de este principio único de distinción del bien y del mal, de lo duradero y lo provisorio”. Vicente Verdú, periodista y economista, llama a este fenómeno “el personismo” y lo considera “la primera revolución cultural del siglo XXI”. En su más reciente obra, Tú y yo, objetos de lujo, señala que “la primera parte del siglo XX creyó en la realización de utopías para bien (y para mal) de la condición humana, pero el siglo XXI es descreído, cínico y superficial”. Por ejemplo, en el último festival de Aviñón, por primera vez en más de medio siglo, la mayoría de las obras carecían de texto. El nuestro es un mundo de saber superficial, de cultura sin culto (una fiesta sin fin, que busca la emoción, el impacto, veloz y liviana), de formación sin información (iluminación del presente y oscuridad del pasado), de muerte sin mortalidad (“la cultura de consumo, hedonista y neopagana, no propaga la historia de una vida posterior”; “morirse es tan solo una calamidad”), de feminidad sin la mujer (“la cultura actual sería inimaginable sin el ascenso del principio del placer y éste es inconcebible sin la autorización femenina”), de trabajo sin felicidad (“el trabajo, seña de identidad pública, ha venido a ocupar la privacidad, y no precisamente para mejorarla”) y de infidelidad sin fe (al orden de la lealtad sucede el del cambio por el cambio). Verdú nos ofrece una cita de Zygmunt Barman: “Cultura es la capacidad para cambiar de tema y de posición muy rápidamente”. Es el imperio del instante, de los “sobjetos” (objetos que poseen contenido sensorial) y de las marcas personales (“la publicidad se alía a lo interpersonal o muere de su propia torpeza”) porque “personalizar es el modo más efectivo del afecto”. Bienvenidos al nuevo paradigma, coherente con la globalización radical, el desarrollo tecnológico acelerado, la sustitución de la sociedad de la información por la cultura del consumo y la conversación, el personalismo (“que no es un humanismo, pero nace de una melancolía sobre la ilusión humanista, del mismo modo que el ecologismo surge de la melancolía sobre la naturaleza”). ¿Qué podemos hacer desde la Alta Dirección, desde el mundo de la empresa? Se nos ocurren una serie de recomendaciones: 1. Definir el Talento como nueva prioridad : para atraer, mantener y desarrollar el talento (que no es otra cosa que capacidad por compromiso), la empresa ha de definirlo en términos medibles y observables, porque ha de tenerse en cuenta tanto o más que al capital en la época anterior. La dirección ha de ser, por encima de todo, experta en talento. Los perfiles avanzados de talento, el diagnóstico de los distintos equipos en la empresa y los planes estratégicos ligados al talento son instrumentos de enorme utilidad para definir el talento individual, de equipo y organizativo. 2. Potenciar el talento : A través del coaching, que va mucho más allá de la formación tradicional. El coaching estratégico a título individual, el coaching de equipo (comenzando por el comité de dirección, que debe dar ejemplo) y la creación de una cultura de coaching en el conjunto de la organización se revelan como piezas clave de desarrollo en el nuevo paradigma. 3. Organizarse de manera diferente : La estructura sigue a la estrategia. Estrategias innovadoras, que tienen en cuenta fenómenos como la globalización, el desarrollo tecnológico o el personalismo han de incorporar conceptos como la ubicación de talento (qué se espera de cada profesional), el análisis de equipos (funcionales, de proceso, proyecto o de red) en la empresa o el diseño organizativo avanzado. 4. Compensar de nuevas formas : Mediante los programas de fidelización del talento, la alta dirección es capaz de escuchar estratégicamente las motivaciones e intereses de sus profesionales. El desarrollo del liderazgo a todos los niveles de la organización y el análisis integral de compensación (con fórmulas innovadoras de retribución, promoción, reconocimiento) son asimismo aspectos esenciales con los que contar. 5. Encarnar las mejores prácticas a través de la reputación interna : La empresa como marca admirada. Los perfiles de empleabilidad, el diagnóstico del impacto del equipo directivo en el conjunto de la compañía y los programas de desarrollo de la reputación corporativa interna, la organización es capaz de triunfar en el nuevo modelo empresarial. Hoy lo más arriesgado es tratar de dirigir como en el pasado, cuando vivíamos en un entorno cerrado, de exceso de trabajadores, de capitalismo industrial. El nuevo paradigma nos impone actuar al ritmo de los tiempos o desaparecer.
Juan Carlos Cubeiro, director de Eurotalent Publicado en Manager Bussiness en marzo de 2006

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