martes, 2 de marzo de 2010

DELEGAR: UN ARTE QUE A MENUDO SE CONVIERTE EN UN MARRÓN

Uno de los principales problemas que las organizaciones tienen actualmente, y que arrastran desde hace mucho tiempo, es la necesidad de delegar.
A veces la delegación se produce por lo que yo definiría como “DELEGACIÓN A LA TRÁGALA”, que es cuando la persona delega las tareas o funciones por la presión de las circunstancias, o porque no le queda otro remedio. También la delegación puede producirse con conocimiento de causa, planificación, convencimiento y consciencia de las ventajas e inconvenientes de la misma.
Para mí, delegación es el proceso por el cual una persona deja en manos de otra, tareas, funciones o responsabilidades que le eran propias. La delegación puede ser un paso necesario pero no milagroso, es decir, no nos va a resolver todos los problemas de la organización; como mucho (y si se dan todas las circunstancias de forma positiva) puede solventar aquellos problemas que le son propios. Por tanto, creo que conviene decir que la delegación es uno de los problemas más comunes e importantes de mayor influencia y repercusión que se suelen producir en las organizaciones. Para que la delegación sea positiva debe implicar un control sobre lo delegado, y la persona que delega debe implicarse en el seguimiento, control y resultado del proceso, de tal forma que si éste no se desarrolla todo lo satisfactoriamente que debiera, la responsabilidad debe ser compartida entre quien delega y quien asume dicha delegación. De la misma forma que en un proceso de aprendizaje eficaz y eficiente las personas que participan en él deben ser consciente de que es un proyecto mutuo y compartido, donde cada partícipe asume su rol, de forma que el resultado del mismo, sea más exitoso o menos, será consecuencia de la actuación e implicación de ambas partes, y no sólo de una de ellas. Dicho de otra forma (y exagerando un poco la cuestión), no se trata de que el que aprende quiera que lo haga todo el que enseña; o que el que enseña crea que su función es única y exclusivamente la de explicar qué hay que hacer, y esperar sin más a que el otro lo haga. Y si no sale la cosa bien limitarse a decir: “pero si te he dicho cómo había que hacerlo, no entiendo por qué no lo haces”, como si el hecho de que no saliera bien fuese un acto voluntario y deseado de quien aprende, o esperar a que algo no salga bien para corregir o rectificar con expresiones tan poco positivas y aclaradoras como limitarse a decir “así no es”, cosa que casi con toda seguridad sabe sobradamente quien aprende, porque la mayoría de las veces el problema no radica en saber diferenciar lo que está bien de lo que está mal, sino en que no conseguimos saber por qué sale mal cuando el deseo, la voluntad y las acciones eran para alcanzar todo lo contrario. En un proceso de delegación considero que es más importante los objetivos finales o metas que el camino para conseguirlos. Suele ser un error bastante generalizado que la persona que delega se centre más en el “CÓMO” conseguirlo que en “QUÉ” conseguir. Esto conlleva a empezar por aceptar que determinadas cosas se pueden hacer de manera distinta o diferente, que no sólo hay una forma de hacer las cosas y por ello, a veces, los resultados conseguidos son incluso mejores que los estipulados, porque quien delega debe aceptar que quien asume la delegación lo puede hacer peor que él, aunque también mejor. Pero, generalmente, estamos más predispuestos a pensar en lo primero que en lo segundo. En todo proceso de delegación, como en cualquier tipo de relación entre personas, puede haber unos conceptos estructurales, fundamentales, básicos, inamovibles o innegociables, y otros sí modificables o negociables. Extrapolando esto al mundo de la construcción, de la misma forma que en un edificio la estructura una vez hecha es inalterable, la tabiquería sí puede ser cambiante o rediseñable. Considero que en todo tipo de proceso, proyecto o relación es básico diferenciar y dejar claros los conceptos fundamentales, estructurales o innegociables de los que sí son negociables o cambiables, pues más veces de las deseadas las cosas no salen tan bien como era de esperar por no definir estos conceptos o por confundir la tabiquería con lo que es estructura o muros de carga. Para mí, esto no es producto de un estudio científico, sino más bien de la experiencia y en muchos casos de haber padecido muchas de las consideraciones aquí expuestas; por tanto, escribo esto más que como experto, como damnificado, sufridor o víctima.
Es muy importante diferenciar la delegación, que es el proceso por el cual una persona traspasa o transfiere a otra, tareas, funciones o responsabilidades que hasta ese momento le eran propias, de la abdicación, que es cuando una persona renuncia a un derecho o responsabilidad que le eran propias, lo que vulgarmente se denomina como “pasar el marrón”.
Miguel Aldana Muñoz Colaborador externo de Eurotalent

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